Rojo y Negro, Stendhal (Henri Beyle).
Sociedad General Española de Librería, Madrid 1982. Colección
“Clásicos universales”. Edición, introducción y notas de Francisco
Javier Hernández. Traducción: Emma Calatayud.
Ha sido una segunda lectura.
Lo leí ya hace unos años. (1) Entonces no me gustó. Su protagonista,
Julián Sorel, me desagradó. Un ególatra consumado de ambición ilimitada cuyo
objetivo vital era subir en la escala social y obtener privilegios y fortuna
personal. ¡Qué envidia tenía a todos los poderosos y ricos que le rodeaban!
Pero principalmente no me gustó su actitud hacia las mujeres. En fin, un
personaje odioso.
El resultado fue que soslayé lo
fundamental de esta novela, su valor testimonial, ser
reflejo del modus vivendi de las pretendidas clases
superiores de la sociedad francesa, tanto la de
provincias como la parisina. O como bien dice el dicho: “Los árboles no me dejaron
ver el bosque”. Un bosque rico en hechos históricos
concernientes a la Francia de la
Restauración Borbónica tras la caída del Imperio
Napoleónico. La Francia que ha pasado, tras sucesivas etapas
(Revolución, Terror, e Imperio) del Antiguo (monarquía absoluta) al Nuevo
Régimen (soberanía popular). Tiempos convulsivos y hasta sangrientos, en los
que unos subían mientras otros bajaban en la escala social, unos
asesinaban y otros eran asesinados, unos se empobrecían y otros se enriquecían,
unos huían y marchaban al exilio y otros regresaban…Pero, en definitiva,
la sociedad francesa seguía dividida en clases y los ricos y poderosos
continuaban con su saco de privilegios y sus vidas transcurriendo de maneras y
modos bien diferentes y muy lejanos a las de la mayoría de las
gentes, es decir, el pueblo llano. Antes: aristocracia y pueblo llano, después
aristocracia, burgueses y pueblo llano.
Pero vayamos al comentario. La novela
consta de dos partes o libros. En el primero se ofrece, con
multiplicidad de detalles, el mundo de la élite de provincia. En la
obra escenificado en Verrières y Bezançon,
ciudades del Franco Condado, al este del país, colindando con Suiza.
Las autoridades locales son la nueva élite, los nuevos
ricos; en su mayoría seres codiciosos y corruptos, especialmente desde una
perspectiva moral, de orígenes tan oscuros como sus fortunas. Funcionarios,
comerciantes y propietarios rurales, de riquezas recientes de las cuales hacen
ostentación y cuyo lema es el “tanto tienes tanto vales”. Les
encanta aparentar. Un mezquino panorama humano. Un mundo
estrecho y hasta insoportable, pese a la belleza del entorno natural que lo
rodea.
En esta parte también se muestra la
atmosfera, la llamaremos así, de un seminario de la
Francia del XIX. Cuyos pupilos son, mayoritariamente, aldeanos pobres sin
vocación que” ven en el estado eclesiástico una larga
continuación a esa dicha: comer bien y tener un traje que les caliente en invierno”
(pág.198) Individuos limitados, de pobreza material pero, mayormente,
espiritual. En palabras de Stendhal “seres toscos, no muy seguros de
entender las palabras latinas que repetían una y otra vez a lo largo del día
(…) y preferían ganarse el pan mascullando palabras latinas a tener que hacerlo
cavando en la tierra” (pág.192). De cuyo conjunto sólo un
tercio estaba atraído por una vocación sincera. Siendo la hipocresía, las
envidias, la delación y el espionaje actitudes generalizadas, mientras que la
excelencia en el aprendizaje de dogma, de historia eclesiástica, etc. que se
seguían en el seminario era un pecado espléndido (pág. 192). Y el que
de ellos, los seminaristas, tuviera espíritu crítico bien hacía en
disimularlos, porque esta característica era imperdonable. Ése,
pobre, allí, en el seminario, sólo alcanzaría antipatías, rechazo
generalizado y marginación.
Según el cuadro dibujado por Stendhal en
su novela, la estrechez de miras no quedaba circunscrito tan solo a los
seminaristas, también entre los padres que regentaban el centro se daban serios
conflictos e intrigas, que estaban divididos entre jansenistas y jesuitas;
y sus luchas eran terribles.
A todo lo largo de la obra salen
muchos sacerdotes , de categorías distintas en la Iglesia, siendo dignos de
citar por su ejemplaridad , el padre Chélan, el preceptor, si así
se puede llamar, de Julián Sorel. Él le enseñó Latín y le facilitó lo pocos
libros que le iniciaron en el maravilloso mundo de la lectura. Un piadoso
hombre de Dios, que vela por los pobres y necesitados, busca la justicia
social y vive en pobreza. Y el Padre Pirard, un
jansenista, director del Seminario. Los dos guiarán por buen camino
y ayudaran a Sorel, confiados en la falsa vocación del joven.
Un, pienso, muy triste cuadro el pintado
por el escritor francés en relación a la conducta nada cristiana de muchos de
los personajes eclesiásticos que aparecen en la novela, ocupados
y entretenidos en intereses mundanos y en sus
luchas por el poder político y la colocación de amigos y deudos en
puestos de privilegio . Y olvidados de su función principal de llevar a los
hombres el mensaje evangélico para la salvación de las almas.
En la segunda parte del libro, el
escenario principal es París. El París de la clase rica. La de aristócratas
retornados del exilio, alto clero, pares, y militares de rango, con sus
espléndidos palacetes dotados de amplios y numerosos salones y estancias en los
que el lujo y la riqueza muestran la magnificencia de sus dueños. Son los que
mandan y están convencidos de su superioridad. Superioridad por el
hecho del linaje familiar. Duques, condes, marqueses, obispos,…en su mayoría
gentes ociosas de doblez moral, que sólo
persiguen aumentar sus fortunas y rango social. Mundo diametralmente distinto
al otro, al de Verrières y Bezançon. Allí unos rústicos, aquí unos opulentos
sofisticados, convencidos de su superioridad sobre el resto. ¡Unos fatuos!
Muchos son los personajes intervinientes
en esta novela, pero sólo comentaré tres. Y empezaré por el protagonista,
Julián Sorel. Ya dije que no me agradaba. Según explica el profesor Hernández
en su introducción, el autor, Stendhal se identifica con él en unos cuantos
aspectos. (¡¡¡!!!)
Sorel es un individuo ambicioso,
racional e hipócrita. Odia a los suyos, a su padre y hermanos, y a todos los
que tienen lo que el desearía tener: nobleza de cuna, dinero y poder. No hubo
un enamoramiento pasional hacia ninguna de sus dos amantes, sino que estas
mujeres eran de clase muy superior a la suya. Del mismo modo que abraza la
sotana para hacer carrera, cuando su inclinación primera fuera seguir carrera
militar. Tiene como cualidad excepcional una espléndida memoria que le permite reproducir
literalmente en latín, la Biblia. Este facultad excepcional le servirá de
catapulta para sus ambiciones personales..
El personaje de la Sra. de Rênal,
la dama rica de provincias, me ha parecido real. Es una mujer joven
casada a los dieciséis años con un hombre veinte o más años mayor que ella.
Mujer de convicciones religiosas, y amorosa madre. Cuando conoce a Sorel tiene
unos veintiocho años y es madre de tres hijos cuyas edades oscilan entre los
doce y los siete años. Vive por y para ellos. Son su realización.
Matilde de La Mole, es una joven
aristócrata de París, favorecida por la fortuna y además muy bella, aunque, a
mi juicio, carente de moralidad, si bien aparenta todo lo contrario. Un mirlo
blanco que arrastra tras de sí una corte de caballeretes de alta cuna y
riqueza, compitiendo por su amor. A los que ella considera vacíos, pero son muy
parecidos a ella.
Trama y principalmente el desenlace final muy fantasiosos, al menos así me lo parecieron
a mí, aunque el profesor Hernández en
unas de sus citas a pie de página, advierte que están basados en hechos reales.
El valor de la
novela, en resumen, está en las
numerosas alusiones a hechos y personajes históricos de la Francia de la
Restauración Borbónica, y la descripción de situaciones y ambientes que en aquella época se dieron y, principalmente, los tipos humanos descritos. Entre los que destacan los universales vividores sin convicciones propias y carentes de prejuicio
o moral que tratan de situarse en puestos públicos para enriquecerse o
medrar. Los ambientes descritos son corruptos. Los que están en las
instituciones y lugares privilegiados de la sociedad, incluidos en los
estamentos religiosos, no lo están por méritos personales: el nepotismo, “los
enchufes” y demás métodos de corrupción son los que allí les han aupado.
Para terminar quiero explicar el porqué del titulo. El rojo representa la carrera o el mundo militar, y el negro la clerecía. Dos ámbitos, militar y religioso, en los que los oportunistas de la época se lanzaban a su lucha por alcanzar fama, dinero y poder.
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