Hace unos pocos días terminé de leer, por segunda vez,“Dublineses”, de
James Joyce. En esta ocasión he disfrutado más que la primera vez, y, de nuevo, las narraciones que más me han gustado o
despertado mayor interés fueron las mismas que la vez anterior.
Seguidamente comentaré algunos aspectos que antes pasé por alto:
“Contrapartida”, bajo este título se relata un día de la vida de
Farrington, escribiente de una notaría o bufete de abogados. Personaje que,
como tantos otros de las narraciones de Joyce, es un amante de la bebida, la
cual precisa tal como el coche la gasolina para ponerse en movimiento. Su descripción,
tanto física como humanamente, es poco halagüeña y personifica al individuo incumplidor
y remolón. Un frustado que arremete contra los suyos,
esposa e hijos, sobre los cuales vierte sus iras por sus fallos y fracasos personales.
El relato se inicia durante la jornada laboral de Farrington para seguir con la descripción de su habitual recorrido a la
salida del trabajo, por bares y tabernas, gastando, lo que tiene y lo que no
tiene, en consumiciones y rondas de bebidas con los amigotes, personajes muy parecidos a
él. Para, al final, bien repletito de alcohol, regresar al hogar, donde le
aguardan hijos y esposa, y desahogo
de sus frustaciones e iras.
Un, resumiendo, feo relato acerca
de los contrastes ofrecidos por un calamitoso
personaje.
“La gracia”. En este relato
el protagonista también es un gran aficionado a la bebida, circunstancia que le
ha envilecido, además de ser ocasión de perjuicio personal y familiar.
En mi primera lectura pasé
desapercibido el fondo verdadero de la trama que
gira en relación a los ejercicios espirituales realizados por los jesuitas. Creo
que la lectura, bastante reciente, de “Todo
modo”, de Leonardo Sciascia me ayudó a darme cuenta de esta particularidad.
El relato es bonito y edificante, debido al interés mostrado por la panda de amigos por enderezar el devastador camino emprendido por el amigo arrastrado por la bebida. Para lo cual deciden
llevarlo con ellos a una sesión de ejercicios espirituales, dirigido por un
pragmático jesuita, quien apoyándose en
la figura de Jesucristo, de quien dice: “no
era un capataz estricto”, sino un
espléndido entendedor de “nuestras faltas, de nuestra pobre naturaleza,
y de las tentaciones de la vida”,
anima a sus oyentes a la realización de un riguroso balance
personal, y reconocer, con
sinceridad, las faltas, pero confiando “con la Gracia de Dios para rectificarlas”. Recomendación válida para todos, también para el lector
creyente.
“Los muertos”. Es
la última de la narraciones que constituyen “Dublineses” y, según he leído, la
más elaborada y también la más famosa. Esto último quizás se deba a que Huston lo llevó al cine,
fue su última
película. Murió ese mismo año, 1987.
La historia nos lleva al 1904 y el escenario es la vivienda
de las señoritas Morkan, dos ancianas y una madura mujer, tías y sobrina,
respectivamente, solteras las tres, el
día que celebran su anual baile en la conmemoración de la Epifanía. Evento al que asisten
familiares y amigos más allegados, entre los cuales destacan por su
protagonismo Gabriel Conroy y su bella
esposa. Él es sobrino de las Morkan.
En la historia podemos distinguir dos momentos
bien diferenciados. La mayor parte de la cual está destinada a
describirnos el ambiente de la reunión familiar con detalle pormenorizado de los personajes
presentes, su personalidad e incluso profesión, canciones, poesías y platos. Un
ambiente propio de una fiesta navideña. Muy parecido, por otra parte, a las que celebramos en España, por esas fechas, en que las familias se
reúnen y a veces surgen disputas entre los comensales por discrepancias de opiniones políticas, o se sufre cuando alguno de
los presentes llega al punto de saturación de bebida alcohólica y se pone “pesadito”. Esta parte me ha parecido muy
real.
El otro momento y el
que da nombre a la narración, “Los
muertos”, no tiene mucho que ver con la reunión familiar en casa de las
Morkan. Aquí son protagonistas únicos el matrimonio Conroy. Es muy emotivo, es la evocación de una persona amada muerta, traída a
la memoria por una vieja melodía.
Cuando mi primera lectura, estos dos momentos tan diferenciados de la narración, pasaron desapercibidos . Al menos, constatarlos en mi comentario. Entonces resalté la
encarnación en el personaje de Gabriel Conroy, el sentimiento o actitud del
propio Joyce en relación al tema del nacionalismo irlandés, o, así lo
he creído ver yo.
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