Pepita Jiménez, Juan Valera. Clásicos universales. Sociedad General Española de Librería. Edición, introducción y notas de Adolfo Sotelo.
Entretenida novelita que nos
habla de un señorito, don Luis de Vargas, seminarista veinteañero, próximo a su ordenación
sacerdotal que va unos días con su padre, rico hacendado y cacique del lugar,
y, sin darse cuenta o no queriendo darse cuenta, cae locamente enamorado de Pepita
Jiménez, una linda viudita, tan joven como él. Ésta es, muy resumida, la trama argumental de la novela. Narración aprovechada por
el autor para hablarnos de su tierra, un pueblo de Córdoba en Andalucía. De la
alegría de sus gentes, de la belleza de sus parajes, y de sus costumbres , tradiciones
y modos de festejarlas, tal como me viene a la memoria “las
Cruces de mayo”- acaso por celebrarse el 3 de mayo, fecha alrededor de la cual estoy haciendo este comentario.
Pero también hay en la obra un
fondo de mayor trascendencia planteado tras la decisión del joven de colgar los
hábitos. Expuesto al lector en el
intercambio de consideraciones entre él y Pepita. Entonces se nos habla
de Dios y de sus designios respectos a sus criaturas humanas, ideas
espléndidamente encerradas en aquella conocida frase “ Dios
escribe derecho con reglones torcidos”
En la novela hay tres partes bien
diferenciadas: “Cartas de mi sobrino”.
Una sucesión de cartas dirigidas por el seminarista a su tío, sacerdote y
director espiritual del sobrino. A través de estas misivas el lector se va
imponiendo de la situación y de los perfiles de los personajes. Las primeras,
reconozco, se me hicieron algo pesadas. “Paralipómenos”
es la parte de mayor acción y también amenidad. Y por último “Epílogo”.
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