Empecé leyendo “ Historia
de la columna infame”, librito para mí muy denso, que simultanee, con “Sala
de lo criminal “, escrita por Georges
Simenon en 1941, Luis de Caralt Editor, mayo de 1976, Colección “Las
Novelas de Simenon”. El título de la versión original en lengua francesa “Cour d’Assises”,
traducción Ascensión Carmona, y cubierta diseñada por Balaguer.
La trama es sencilla y los personajes para mi gusto poco atrayentes, pero, sin duda, prototipos humanos. Estos seres se dan y los
hallamos en nuestro entorno,
tanto como las situaciones y los conflictos en torno a ellos descritos en la novela. El
protagonista “Petit Louis” es -
nunca tan bien dicho- un “pobre diablo”, cuya suerte, o más bien mala suerte, “desde la cuna comienza”, tal como nos cuenta "Soldado de levita", la bonita canción mexicana..
El mérito principal
de esta novelita, según creo, está en la descripción del juez instructor y de sus modos para instruir
la causa. Pues este sujeto no busca la verdad, ni por ende, arbitrar justicia, es decir, la
justa retribución según hacer, castigando al delincuente en proporción al
delito cometido, pero y, principalmente, para exonerar al inocente. No. Él, el juez, es “su Señoría”; mientras el otro,
el juzgado, no merece, por su parte ni tan siquiera una
humana mirada. ¡Qué altivez! Un soberbio
a la par que parcial intérprete de la letra que no del espíritu de la ley. Un rígido cumplidor, eso sí, del modus operandi procesal, acudiendo de continuo, para responder a cualquier banal pregunta, al informe de la causa. Muchos de sus razonamientos son a priori, pero él los entiende infalibles.
a la par que parcial intérprete de la letra que no del espíritu de la ley. Un rígido cumplidor, eso sí, del modus operandi procesal, acudiendo de continuo, para responder a cualquier banal pregunta, al informe de la causa. Muchos de sus razonamientos son a priori, pero él los entiende infalibles.
Reproduzco, seguidamente, un párrafo bastante ilustrativo de
mi opinión respecto al juez:
“Sólo le habían hecho comparecer una vez ante el juez de instrucción y el interrogatorio fue breve.(*) El magistrado…era un hombre seco, observador, de tal manera atento a su trabajo que no encontraba un momento para dirigir una mirada a Petit Louis. - Le hago comparecer en mi presencia para notificarle los cargos…( cinco y graves).Leyó con cuidado, tenía miedo de olvidarse algo…el juez levantó por fin la cabeza, sin admiración ni interés por el personaje que tenía delante, como si lo hubiera conocido de toda la vida y, sin embargo, le veía por primera vez…”(p.125-26) (*) Tan breve que no le hizo pregunta alguna en relación a los graves cargos que le imputaban, ni entonces ni en todo el proceso de instrucción.
Otro de los aspectos interesantes hallados en esta lectura es la descripción espléndida que considero hace el escritor belga de la situación de indefensión del juzgado cuando éste es un ser corriente, común, y , principalmente, sin muchos medios económicos, tal como el Petit
Louis de la novela. Mundo de la
justicia humana, bien definido y
delimitado para sus actores, los jueces, los letrados y abogados, los
procuradores, los mediadores, los peritos, secretarios y funcionarios
judiciales, pero que, para el resto, es la jungla
inhóspita. Al que los que se ven obligados a acudir , en los inicios, van confiados en la propaganda repartida acerca de la misma, en relación a su
imparcialidad y equidad. Pero luego, la realidad les demuestra que, como los
que la imparten son humanos, también
ella goza de idéntica vil naturaleza. O sea, la injusta justicia humana, lenta,
parcial y cara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario