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sábado, 4 de julio de 2015

Sala de lo criminal, de George Simenon

Curiosamente, todos los libros  leídos en  junio del 2015  versaron o surgió en ellos,   la arbitrariedad,  como sinónimo de inmoralidad, de  las decisiones tomadas por algún juez, a sabiendas de que éstas  eran injustas. Es decir, se abordaba la controvertida cuestión de los jueces inicuos(malos, malignos) y las  dañinas consecuencias de su prevaricación. Cuestión ésta de la justicia injusta,  al parecer, ineludible, en las sociedades humanas de todos los tiempos y lugares.

Empecé leyendo  “ Historia de la columna infame”, librito para mí muy denso,  que simultanee, con “Sala de lo criminal “, escrita por Georges Simenon en 1941, Luis de Caralt Editor, mayo de 1976, Colección “Las Novelas de Simenon”. El  título de la versión original en lengua francesa “Cour d’Assises”, traducción Ascensión Carmona, y  cubierta diseñada por Balaguer.

La trama es sencilla y los personajes para mi gusto poco atrayentes, pero, sin duda, prototipos  humanos.  Estos seres se dan y los hallamos  en nuestro entorno, tanto como las situaciones y los conflictos en torno a ellos descritos en la novela. El protagonista “Petit Louis” es - nunca tan bien dicho- un “pobre diablo”, cuya suerte, o más bien mala suerte, “desde la cuna comienza”, tal como nos cuenta "Soldado de levita", la bonita canción mexicana..




El  mérito principal de esta novelita, según creo,  está en la descripción del  juez instructor y de sus modos para instruir la causa. Pues este sujeto no busca la verdad, ni por ende, arbitrar justicia, es decir, la justa retribución según hacer, castigando al delincuente en proporción al delito cometido, pero y, principalmente, para exonerar al inocente. No.  Él, el juez, es “su Señoría”; mientras el otro, el juzgado, no merece, por su parte ni tan siquiera una humana mirada. ¡Qué altivez! Un soberbio 
a la par que parcial  intérprete de la letra que no del espíritu de la ley. Un rígido  cumplidor, eso sí,  del modus operandi procesal, acudiendo de continuo, para responder a cualquier banal pregunta, al informe de la causa. Muchos de sus razonamientos son a priori, pero él los entiende  infalibles.


Reproduzco, seguidamente, un párrafo bastante ilustrativo de mi  opinión respecto al juez:

Sólo le habían hecho comparecer una vez ante el juez de instrucción y el interrogatorio fue breve.(*) El magistrado…era un hombre seco, observador, de tal manera atento a su trabajo que no encontraba un momento para dirigir una mirada a Petit Louis. - Le hago comparecer en mi presencia para notificarle los cargos…( cinco y graves).Leyó con cuidado, tenía miedo de olvidarse algo…el juez levantó por fin la cabeza, sin admiración ni interés por el personaje que tenía delante, como si lo hubiera conocido de toda la vida y, sin embargo, le veía por primera vez…”(p.125-26)    (*) Tan breve que no le hizo pregunta alguna en relación a los graves cargos que le imputaban, ni entonces ni en todo el proceso de instrucción.

Otro de los aspectos interesantes hallados en esta lectura es la descripción espléndida que considero   hace el escritor belga  de la situación de indefensión del juzgado cuando éste es  un ser corriente, común, y , principalmente, sin muchos medios económicos,  tal como el Petit Louis de la novela. Mundo de la justicia humana, bien definido y delimitado para sus actores, los jueces, los letrados y abogados, los procuradores, los mediadores, los peritos, secretarios y funcionarios judiciales, pero que, para el resto, es la jungla inhóspita. Al que los que se ven obligados a acudir , en los inicios, van confiados en la propaganda repartida acerca de la misma, en relación a su imparcialidad y equidad. Pero luego, la realidad les demuestra que, como los que la imparten son humanos,  también ella goza de idéntica vil naturaleza. O sea, la injusta justicia humana, lenta, parcial y cara.


 












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