Es una edición de Luis de Caralt, Barcelona, 1973, Colección
“Las novelas de Simenon”. Título de la obra original “Les Pitard”, 1948.
Versión española de B. Losada.
Su lectura, este pasado verano,
me resultó muy amena, manteniendo despierto mi interés hasta el final. Tuve que releer algunos párrafos,
especialmente de las últimas páginas, para precisar acerca del significado real
de alguno de los personajes de la
novela. No sé si lo habré conseguido.
La novelita, ya que sólo cuenta con ciento noventa páginas,
parece una vivaz narración de aventuras marinas en la que se nos relatan las
experiencias y pormenores de la vida cotidiana del capitán y la tripulación de
un carguero por los mares que circundan
la Europa del Norte, desde Rouen al Elba. Sin embargo, en realidad su fondo
argumental es bien distinto, puesto que, según creo, Simenon en ella reflejó el
contraste entre las pasiones y los sentimientos encarnados en dos prototipos
humanos corrientes pero bien distintos. Los del bruto, puede que hasta
primario, ser sencillo y razonamientos rectos sin circunloquios que esconde un noble
corazón; un corazón que se constriñe ante el dolor y la necesidad del prójimo, y,
por ayudarle, es capaz de olvidar no sólo el propio interés económico, sino
exponer su vida. Y en contraposición, están los Pitard, unos ladinos provincianos
acomodados, de vanas miras y codicia ilimitada, unos seres muy egoístas y
aprovechados del prójimo.
Su protagonista principal, Emile
Lannec, es descrito como un tipo duro, marino aguerrido y experimentado que
hace su primer viaje dirigiendo su propio barco, el “Tonnerrede-Dieu”,(Trueno
de Dios) un viejo buque inglés , adquirido junto con el timonel, con el aval de
la suegra para el importe aplazado, de sólo un cuarto del precio total. Para
sorpresa del marido, su esposa Mathilde, de soltera Pitard, decide acompañarle en este viaje. La
presencia inesperada e inoportuna de este ser, ajeno del todo al pequeño mundo
de un mercante constituye el intríngulis o meollo de la novela.
En esta obra, como en todas las
otras que he leído de Simenon, el autor hace derroche de su destreza en desentrañar los meandros del alma
humana. ¡Qué angulosas curvas! ¡Qué retorcidas sinuosidades!