Otra de mis entradas ya la dediqué a
comentar el entorno público de Joris Terlink, el alcalde de Furnes. Ésta la dedicaré a comentar sobre aquellos aspectos de su
vida familiar. Por cierto, expuestos minuciosamente
por el escritor belga, Simenon, relatando
acciones de la vida cotidiana, del día a día, que permiten conocer con certeza
cómo son- buenos o malos - los que nos rodean. Porque según dice la cita evangélica, "por sus obras los conoceréis"
Estas particularidades del personaje, en
su entorno privado y en sus relaciones con sus más directos familiares, fueron las que me impactaron y despertaron mi
interés. Porque Terlink, el protagonista, es un muy
singular sujeto, lleno de antipatía y contrastes personales. Es descrito
como sobrio, metódico, razonador avezado, receloso de todo y de todos, y
repleto de raras inquinas personales, cuyas acciones son evidencias de
coherencia, responsabilidad y rigurosidad. Así, nuestro duro y hasta cruel
señor alcalde de Furnes, el Baaf, propietario
de una importante fábrica de puros (tabaco) con plantaciones propias, es quien
se ocupa, en persona, de las atenciones y cuidados más engorrosos e íntimos de
su hija de treinta años. Subnormal de nacimiento, fruto único de su matrimonio.
Tiene otro hijo, un varón, de unos veinte años, de una relación
extra matrimonial. Al cual ha procurado manutención y ocupación hasta edad
de poder procurárselos por sí mismo. Pero
a partir de entonces se ha desvinculado de él.
En franco contraste con la descripción de
Terlink, está la de Léonard
Van Haamme, su contrincante
a la alcaldía. Hombre rico e influyente, perteneciente a una prestigiosa
familia del lugar. Tiene un hijo y una hija jóvenes, criados como si no
tuviesen padre debido a su total entrega a su carrera política. Este sujeto,
Léonard Van Haamme, desconoce lo que pasa en su casa, lo importante para él es
su cargo, sus influencias, y el qué dirán. Y deja lo privado y doméstico relegado hasta casi el olvido. Es capaz de prescindir, alejar o
incluso vender a quien trastorne sus intereses o imagen públicos. Tal como hace
con su hija, una adolescente embarazada, a quien echa de casa. Y se despreocupa
del destino de la muchacha y del hijo que espera, es decir, de su nieto.
En la cubierta que Tusquets ha puesto a su
edición de esta novela, aparece la imagen de un ejecutivo o ricachón de los
años Veinte. A mi entender esta ilustración está alejada de la del alcalde de Simenon. Porque su traje habitual, el
cotidiano, era adusto, más parecido al de la cubierta de Balaguer que ilustra
la portada de la edición leída por mí, de Luis de Caralt, 1975.
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