“
Turista de Bananas”, de
Georges Simenon.
Editor
Luis de Caralt,
1974. Colección
“
Las
Novelas de Simenon”, núm. 34. Traducción de Eduardo Bittini. Título de la
obra original: Touriste de Bananes.
1938,
Librairie Gallimard. La novela nos refiere la historia de alguien que
vive inmerso en su yo, y en sus circunstancias personales y particulares, y ello le
incapacita para ponerse en la piel de los otros y, consecuentemente, asumir
para luego afrontar y principalmente poder
superar las dificultades y enredos que a cada uno le toca vivir. Primero en su mundo
originario,
Marsella(Francia); y, como era de esperar, tampoco en
Tahití(1), Islas
Polinesias en el Pacífico Sur. Un lugar teóricamente paradisíaco situado no
sólo al otro lado del Mundo, sino también en el hemisferio opuesto. Pero, al fin y al
cabo, un territorio francés de ultramar, en el que se entremezclan culturas,
razas, costumbres y concepciones bien diferentes de la vida.
El apático joven, protagonista de
esta novelita de Simenon, no me agradó y todavía menos la insulsa trama argumental
que el autor belga tejió alrededor de tan tibio personaje. El único valor que
hallé en esta lectura fue el
conocimiento aportado acerca de unas gentes tan lejanas, no sólo en distancia, sino, principalmente,
en sus costumbres y valores, al mismo tiempo que comprobar la degeneración de toda
índole, pero, principalmente, de las costumbres y de las tradiciones propias
del lugar, a las que el ser humano de cultura occidental, llegado allí en su afán de riquezas fáciles, ha contribuido. Otrora
verdaderos paraísos terrenales, pero al presente países en los que la mayoría
de sus gentes subsisten en la precariedad más absoluta, con enormes diferencias
políticas, económicas y sociales entre ellos, y la concentración de las riquezas y de los
recursos del país en pocas manos, usualmente, en las de una élite completamente
diferenciada del resto por razón de etnia o creencias religiosas, que vive en
la abundancia, mientras que el resto, es decir, la mayoría sólo alcanza a
sobrevivir. . .
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(1)Tahití, según leí en Wikipedia, antiguamente era conocida
en España como la Isla de Manuel Amat y Junyent, nombre del virrey de España en Perú. Copio y pego párrafo
copiado de Wikipedia:
“Tahití (históricamente llamada Otaheite y antiguamente, en
España, conocida como la Isla de Manuel
de Amat y Junyent)(*) es la isla más grande de la Polinesia Francesa, un
territorio de ultramar francés localizado en las islas de la Sociedad, en el
sur del océano Pacífico. Forma parte del grupo de las Islas de Barlovento, y
del archipiélago de la Sociedad. Esta alta isla y montañosa, de origen
volcánico, está rodeada con un arrecife de coral. Su capital es Papeete y
consiste principalmente en dos porciones de tierra conectadas por el istmo de
Taravao: Tahiti Nui o Gran Tahití, ubicada al noroeste y Tahiti Iti o Pequeña
Tahití, ubicada al sureste. En total el territorio comprende unos 1.042 km² y
su punto más alto es el monte Orohena. En una expedición española de 1774 el
navegante Domingo de Bonechea llegó a Tahití en una expedición organizada por
el Virrey del Perú, Manuel de Amat y Juniet, en honor del cual la bautizó
"Isla de Amat".
(*)De la lectura de la biografía de este virrey español, del
que poco conocimiento tenía, supe que el famoso palacete de la Virreina, situado en el corazón de las barcelonesas
Ramblas, fue un legado de éste a su viuda. Copio y pego información sacada
también de Wikipedia:
“En 1776, Manuel de Amat y Junient, marqués de
Castellbell, volvió a Barcelona con una gran fortuna, tras cesar en su cargo
como virrey del Perú, que había desempeñado desde 1761. Como muestra de
su riqueza se hizo construir este suntuoso palacio mezcla de decoración barroca
y rococó. Fue edificado entre 1772 y 1778 y, tras la muerte prematura de Amat, fue ocupado por
su viuda, Maria Francesca de Fiveller y de Bru, por lo que fue conocido como
Palacio de la Virreina. Los planos ya existían en el año 1770, pero no se
conoce con certeza quien los diseñó, siendo atribuidos a Josep Ausich.3
Las obras fueron dirigidas por el arquitecto y escultor Carles
Grau (1717-1798). También intervino el escultor Francesc Serra, que
murió en la obra.
Parece que el mismo virrey, desde Perú, dio detalladas
instrucciones para su construcción y posiblemente decidió de una manera
personal el estilo de la fachada, de piedra de Montjuïc y de Santanyí.