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domingo, 10 de marzo de 2013

Señor Natural ( Felipe II/ Juan de Austria) (3)

Felipe II – Juan de Austria

5 de marzo de 2013 Me gustaría ir poniendo fin a mis comentarios sobre esta novela, pero tengo aún unas cuantas cosas  dignas de reseñar. Entre ellas la figura de Don Juan de Austria, antítesis de su medio hermano, el Rey Felipe II de España. Este último  príncipe por nacimiento y rancio abolengo, nacido para reinar, un genuino “señor natural”,  engendrado en una mujer de nobilísima cuna, Isabel de Portugal, emperatriz consorte y Regente de España en las numerosas ausencias de Carlos V. Educado y criado, pues, para tal fin. De carácter introvertido, indeciso, desconfiado, solitario, controlador exhaustivo, tradicionalista (sumo guardador de las tradiciones borgoñonas”), “nunca- según nos dice Passuth-  ha mandado al ejército, su caballo no ha caracoleado nunca a lo largo de las filas de los soldados, ni ha cruzado el acero con el Gran Visir de los moros (pág.234). Temido- añado yo-  pero no querido por su pueblo . ‘’La muchedumbre le tenía miedo, le reverenciaba y veía en él un mal necesario. Sin Felipe no había reino; cuando muriese, surgiría un caos en España, un peligroso interregno. Él era el que mantenía el mundo en un puño (...) Pero no le querían. Felipe no hacía lo más mínimo para servir al pueblo más allá de lo indispensable para la salud del alma y el bienestar corporal. Le veían raras veces. Y entonces pasaba junto a ellos como una sombra solitaria y pétrea. No miraba ni a derecha ni a izquierda, detrás de él no se tiraba dinero, su mano no se levantaba, y para agradecer las exclamaciones, se limitaba a inclinar de vez en cuando la cabeza. Tenía que sujetar el mundo entre las manos y no disponía de tiempo para hacerse querer.”(pág.290)

Un rey Felipe al que toda Europa conocía, que vivía en su torre de marfil entre sacerdotes y papeles... que no sabía sonreír y que era tan frío, que las palmeras se helaban en sus proximidades, al que sólo podían calentar las llamas de las hogueras y que no conocía otra alegría que las lamentaciones de los autos de fe. Así era como lo describía la fama…(págs.251 y 252). Porque “la Corte española era un mundo austero de hombres que nada tenía en común con la atmósfera juguetona y enamoradiza de otras Cortes (pág.282).

En franco contraste al concienzudo Felipe, Passuth nos describe  a Juan de Austria “impulsivo y ardiente, y ansia de aventuras (pág. 231); personaje  al cual dedicó muchos pasajes y capítulos de su novela y especialmente la Tercera Parte, bajo el sugerente título  “Juan, el enviado de Dios”, capítulos XV al XXVI. Personaje  realmente novelesco, cuya corta existencia, pues sólo vivió treinta y tres años, estuvo llena de singularidades. Citaré algunas:

Su nombre de pila fue Jerónimo y se transformó en Juan por imperativo de Felipe II cuando  cumpliendo  la voluntad paterna lo reconoció  como hermano de sangre, era hijo natural ( un bastardo) del ya viejo Emperador Carlos V y “la cantarina y risueña Bárbara de Regensburgo, la cual, según narra Passuth,  nunca se interesó ni ocupó del hijo; para ella, al parecer,  fue sólo un eficaz seguro de vida. El niño al nacer fue entregado para su crianza a un tañedor de viola casado con una española. Posteriormente, y en vistas de que el niño no era bien cuidado, el caballero Luis Quijada,  mayordomo de Carlos V, se lo llevó a su castillo en Villagarcía de Campos (Valladolid) y fue  su esposa, doña Magdalena de Ulloa, quien se hizo cargo de su educación y crianza.  Allí, ignorantes todos de sus orígenes, salvo Quijada,  vivió como un muchacho más del pueblo. Un pueblo que le miraba convencido de que era  hijo bastardo del mayordomo imperial. Aunque su padre Carlos V lo había destinado para la vida religiosa,  fue en el ámbito militar donde  mostró sus excepcionales  aptitudes y muy joven alcanzó grandes triunfos  (LasAlpujarras (Granada), Lepanto, Túnez…).  fue  también un gran conquistador de femeninos corazones.


El rey Felipe nunca llegó a concederle   la fijación de un rango, Juan de Austria no fue  “ni Príncipe ni un Infante de España, ni perteneciente a la Casa reinante. (Pag.60). El Rey jamás le ratificó públicamente dignidad alguna… Su designación como capitán general de la Liga Santa por Pío V, hecho narrado  en el cap. XIX, pág. 270,- ya citado por mícircunstancia  de especial  relevancia, no recibió tratamiento o consideración pública alguna por el monarca español.

Después de la victoria de Lepanto, batalla en que la acción  del Capitán General fue decisiva para la victoria  persiguiendo y abordando las naves turcas en lucha cuerpo a cuerpo,   el Papa ofreció a Don Juan la corona de Argel, ofrecimiento desechado por lealtad al Rey Felipe, quien siguió empecinado en no conferir rango real  alguno al héroe de  Lepanto.

Se le ha tildado de tener una  desmesurada ambición por ser rey y tener su propia corona. Aspiración que  causó la desconfianza de Felipe II hacia él, argumentación tan eficazmente utilizada por el maligno Antonio, que, sin embargo, no es apoyada por la narración de Passuth. Para quien, según creo tras la lectura de esta novela, el héroe de Lepanto fue, en suma, un célebre caballero español, digno de elogio no sólo por su espíritu intrépido, su gallardía, valentía  y glorias alcanzadas, sino también por su excepcional sumisión y lealtad, incondicional y generosa al Rey, su hermano Felipe.

Seguidamente, transcribiré algunos de los textos leídos que pienso apoyan lo que he dicho:
…, en Túnez, no hubo ninguna resistencia; los hombres habían huido, ciudad y Reino se ofrecían al vencedor de Lepanto (…) La ciudad estaba muerta, sólo había viejos y mujeres (…) se presentaba un rico botín (…)el palacio de los reyes moros, sólo se encontraba habitado por un par de ancianos(…)querían entregar las llaves. Don Juan tomó en sus manos aquel símbolo espléndidamente forjado (…) – Las llaves os pertenecen a vos, señor Marqués- le dijo a Santa Cruz. Se las regalaba, como su padre le había regalado el escudo de armas, un poco conmovido, pero lleno de dignidad. Se dirigieron hacia Túnez (...) La ciudad estaba vacía (...)El saqueo empezó a primera hora de la mañana(...)los soldados podían hacer lo que quisiera menos derramar sangre, porque la ciudad se había entregado sin resistencia. La misericordia del Infante aseguraba la vida (…) Sobre la ciudad de Túnez Felipe le había escrito a don Juan:” Si llegase a caer en vuestro poder, arrasadla inmediatamente, para que deje de ser un nido de bandidos”. Porque la mayor parte de las cosas que ahora saqueaban allí habían sido antes de Occidente.” (pág. 322)

Túnez era la recompensa que Felipe le ofrecía al hermano como compensación por la disolución de la Liga. Seguía sin ser “Infante de España! Y ya tampoco era generalísimo de las fuerzas combatientes del mar(…)el príncipe moro que se alzaba como pretendiente a la Corona, sería en Túnez gobernador representante de Felipe. El Padre Santo le había dicho a Juan de Soto:” Un hombre fue enviado, y su nombre fue Juan. Yo haré de ese hombre rey. Le ungiré como rey de Túnez en nombre del Señor, cuando conquiste esa ciudad y esa provincia de bárbaros”. Todo el mundo  en Roma aclamaba a don Juan. Pero luego recibió cartas de Madrid. Cartas de Felipe. “Yo, el Rey…” Detrás instigaban enemigos (…) (pág. 323)

Hablado ya  sobre  las diferencias o contrastes entre estos históricos hermanos, toca hablar de  lo que fue lazo de unión o común a ambos. Y, en este punto, fue, sin lugar a dudas, su fe en Dios. Hecho puesto de manifiesto por Passuth en los detalles que nos describen los últimos días de su vida terrenal. La del rey larga, la del militar corta. Ambas, empero, llenas de luces y de sombras; de hechos gloriosos y de humanas vilezas. Pero a los dos  les fue concedida la gracia de tratar de conciliar su alma con Dios. Conciliación, la del rey, en el monumental Monasterio de San Lorenzo del Escorial, sujeto a su lecho de enfermo,  en amplia penitencia y devoción continua al Supremo Hacedor. La del hermano menor, Jerónimo-Juan, en Namur, Flandes, en zona pantanosa, en improvisado lecho de campaña.

Seguidamente, transcribo el pasaje de la muerte de Don Juan, pasaje que me conmovió especialmente y donde creo están resumidas la visión del escritor húngaro de las figuras de estos dos españoles universales, cuyas vidas y hechos ha inmortalizado en su novela:

(…)El campamento estaba en las inmediaciones de Namur, en una zona pantanosa…la tierra olía a humedad y a moho. El cuerpo del enfermo iba consumiéndose y debilitándose…Tenía treinta y tres años de edad y comprendía que le llegaba el fin(…) El confesor preguntó si deseaba hacer testamento. Una sonrisa flotó en los labios de don juan. – Ya no poseo nada, padre mío. Y si algo poseyera, pertenece a mi señor y a mi Rey (…) os ruego que le digáis al Rey que mi único deseo es poder descansar en El Escorial junto a los restos de mi padre…en la misma capilla (…) si no puede ser así, si no se me puede admitir en la cripta de los reyes, que me lleven entonces al monasterio de la Bendita Señora, en la montaña de Montserrat (…) Ya no veo. Debajo de la almohada está mi devocionario…yo mismo he copiado todas las oraciones y cada día las leía en el libro (…) Tal como se las había dictado doña Magdalena y él las había escrito con grandes letras torpes, a la manera de los chiquillos(…)Como una inflexible y gran confesión pública sonaba la voz…leyendo del principio hasta el final aquel libro de oraciones que don Juan de Austria había llenado durante un cuarto de siglo…En el campamento de Namur tronaban los cañones(…)En el tronar de los cañones había nacido su gloria y de esa forma Jerónimo se había convertido en don Juan…al son de aquella música habían transcurrido los minutos más maravillosos de su vida. La Corona de Túnez, un beso de la triste María Estuardo…Coronas de emperadores, los barbudos príncipes de las tribus albanesas….Yacía sobre la estrecha cama de hierro (…) murmuró: - Tía…, querida tía. Fue lo último que escuchó el confesor…iba para doña Magdalena (…) En la mesa sin cepillar estaba la carta de Felipe, la última (…) tal vez Felipe hubiese podido enmendar todos sus yerros. Si la carta al enfermo hubiese comenzado.” A Juan, Su Alteza, Infante de España…” Pero la dirección estaba escrita por algún funcionario de la Cancillería, inflexible como siempre. Don Juan de Austria iba a su tumba sin rango y sin título, lo mismo que había venido a este mundo. (…) La carta de Felipe fue el único adorno, sujeta por el peso del Toisón de Oro.

Y para terminar este larguísimo comentario, citaré –tomadas de Wikipedia- las numerosas obras literarias que la figura de don Juan de Austria ha inspirado, muchas de autores extranjeros:
Un personaje histórico con una vida de episodios tan novelescos, muerto además en plena juventud, inevitablemente acaba convirtiéndose en figura literaria. De las obras que lo toman como personaje cabe citar:


sábado, 16 de febrero de 2013

Terciopelo Negro /Señor Natural, de Lázló Passuth



El “Señor Natural”  es una novela histórica escrita por LázlóPassuth en 1947.  El ejemplar por mí leído corresponde a una edición de Luis de Caralt, 1962, Colección Gigante, título de la obra original: “Fekete bársonyban”, (Terciopelo Negro), versión española de Mariano Orta Manzano, con  cubierta de papel ilustrada con la imagen del famoso cuadro del Greco, “El caballero de la mano en el pecho”. Esta pintura en su tiempo, según leí en Wikipedia,  se convirtió en la representación clásica y honorable del español del Siglo de Oro. Transcribo unos  versos dedicados a esta pintura por el universal poeta español, Manuel Machado, hermano de  Antonio Machado, que vi publicados en la citada web:

                                    “Este desconocido es un cristiano
De serio porte y negra vestidura,
      Donde brilla no más la empuñadura,
    De su admirable estoque toledano.”

La leí en el verano del 2008. Fui retrasando el comentario y cuando me propuse hacerlo, tuve la necesidad de volverla a leer. Luego de esta segunda  lectura  busqué  información fidedigna sobre los pasajes históricos que me parecieron “más inverosímiles”, así como sobre  algunos de sus actores, como por ejemplo de: Felipe IIDon Juan de AustriaAntonio PérezRuy Gómez, y San Pío V, por citar algunos. Estas lecturas adicionales me sirvieron para constatar la autenticidad de aquellos hechos narrados por Lázló Passuth, que a mi me parecían más bien fruto de la ficción del escritor . Aquel año también leí “La Reina Mártir” del Padre  Coloma, y “Enrique VIII” escrita por Félix Grayeff. Los tres libros se refieren al siglo XVI. Sus protagonistas son los reyes de tres de las monarquías  que a la sazón existían en Europa. Países entonces gobernados por un  rey o reina a modo de amo y señor de vidas y haciendas. Estas lecturas han enriquecido tanto mis conocimientos históricos como los referidos a la sórdida naturaleza humana en su lucha por el poder político y económico. ¡Cuánta semejanza hay entre los inicuos de cualquier época y país del mundo! ¡Qué poco han cambiado sus  fines y  tampoco los modos de conseguirlos!

Pero, vuelvo a la novela de Passuth, el cual, en su “Advertencia final”, nos detalla el escenario y actores  por él escogidos que son los correspondientes “a la época difícil y que, en muchos aspectos, sigue ejerciendo influjo hasta en nuestros días, de la Europa que existió bajo Felipe II.” También nos aclara que “la novela histórica no puede ser idéntica a la obra del historiador. Pero sin embargo debe cumplir siempre una condición: no puede falsear la esencia de las personalidades rectoras de una época, como tampoco los acontecimientos decisivos de la Historia”.

Dicho esto, quiero  elogiar al escritor húngaro por ésta magna novela, compendio, sin duda, de muchísimas y concienzudas lecturas, y reflejo, asimismo, de un laborioso esfuerzo de comprensión y síntesis  para acercar al lector  al conocimiento de la realidad histórica europea de aquel significativo siglo XVI.  Su lectura, en resumen,  lleva al lector al conocimiento, de modo entretenido, al menos para mí lo fue, de los lazos familiares, las luchas, los intereses reales, ideología o creencias religiosas,… de los personajes poderosos de entonces,  así como de las instituciones y acontecimientos que, a la par de  conmover,  conformaron la Europa del siglo XVI, cuando buena parte de ésta y del mundo, estaba bajo la égida de Felipe II; aquel tan serio y austero monarca español, en cuyos dominios no se ponía el sol. Aquel amo del mundo junto a cuyo lecho de enfermo, en sus postreros días, “era imposible resistir más de unos minutos”. Conocimiento que  induce a una mejor  comprensión de las relaciones históricas entre  los países  europeos, hoy conocidos como España, Francia, Bélgica, Holanda , Portugal, Reino Unido e Italia. 

Es un libro grueso y rico de contenidos. Su principal protagonista es Felipe II,  Señor Natural, seguido por  Juan de AustriaAntonio Pérez, y Ana de Mendoza. Estos son los cuatro personajes, a mi modo de ver, ejes de la novela, cuyos hechos y situaciones personales son destacados sobre los demás. Luego, en otro plano, se nos presentan otras muchas figuras relevantes de la época, como el emperador Carlos V ,  sus hermanos, mayormente Doña María que reinó en Hungría y fue gobernadora de los Países Bajos, Alejandro Farnesio, Margarita de Parma, el rey Sebastián de Portugal, Ruy Gómez de Silva, el III Duque de Alba, el Papa San Pío V, los Valois y la regente Catalina de Médicis, María Estuardo, Isabel Tudor, el arquitecto Herrera, Santa Teresa de Ávila, San Francisco de Borja, Cervantes, el Duque de Orange y muchos más; todos ellos , reitero, influyentes personajes europeos de aquella  época de hegemonía española.


El título “Señor natural” de la versión en lengua castellana,  alude, según creo, a los seres reservados, “por la gracia de Dios” y en razón de su estirpe superior, a ser el amo y señor de vidas, pero, principalmente, de múltiple hacienda. En el caso español,  en el momento histórico descrito en la novela, esta “gracia” recaía en los del linaje de los Austrias (los Habsburgo). En Francia, en los Valois. En Escocia, en los Estuardo. En Inglaterra, en los Tudor… A mí, sin embargo, me parece más apropiado Terciopelo Negro” dado por el autor a la versión original . En parte, porque los nobles e hidalgos españoles, en aquella etapa de esplendor, se caracterizaron por el empleo de prendas oscuras de terciopelo. En alguna ocasión recuerdo haber leído sobre la sobriedad y el uso generalizado del color negro en  sus vestimentas, que distinguía a los  dignatarios  de los reinos de Castilla y Aragón. En franco contraste con las vestimentas lujosas y muy coloridas de los cortesanos de los reinos musulmanes de la península y, también, de los de las cortes inglesa, escocesa y francesa. Pero, la razón esencial es porque tras la lectura de la prolija obra de este amante de lo español, más de quinientas páginas, coliges que su autor, el húngaro Passuth, a quien dedica su obra es a España y a sus gentes, en aquel singular momento de su historia en que, por la coincidencia de muchos y excepcionales personajes, brilló de modo inusual y sorprendente en campos tan diversos como  literatura, arquitectura, religión, pintura,  militar,  descubrimientos geográficos, navegación, etc.,

San Francisco de Borja
Arquitecto Herrera
Estas son las razones de mis preferencias por “Terciopelo Negro,”  sobre “Señor Natural”. Aunque también la cuestión del señorío (soberano legítimo ) es ampliamente abordada; como lo evidencian los múltiples pasajes del libro dedicados a narrar las estrategias, los acuerdos  políticos, las bodas, las luchas abiertas o soterradas entre las respectivas élites   de  los reinos de Francia, Inglaterra, Escocia y España de la época.  Hechos encaminados en dirección unívoca a lograr, o al menos controlar, el poder. Poder  entonces ejercido de
 modo omnímodo  por el monarca.

María Estuardo
En su obra, Passuth cuenta con amenidad y detalle los principales  conflictos entre los poderosos de entonces por los tronos, tales como los habidos entre Isabel Tudor y María Estuardo. Los protagonizados en Francia por los últimos Valois, tutelados éstos por los poderosos GuisaEn los Países BajosGuillermo de Orange, el antiguo fiel servidor de Carlos V, (Carlos I, de España) capitaneando la sublevación contra Su Católica Majestad, Felipe II.  En Portugal, tras la muerte y desaparición del Rey Sebastián, las luchas entre el viejo Cardenal (tío del desaparecido rey) y el Prior de Crato(Antonio, el bastardo ), y, posteriormente la de éste con Felipe II.  Y, ya en España,  leeremos acerca de la rivalidad  entre las poderosas Casas de Alba y de Éboli,   por influir sobre las decisiones del Rey.    En conclusión, cualquiera de los dos títulos es acertado.


 
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