15 de enero de 2016: SEguidamente, reproduzco al completo(copio y pego) el capítulo 35 de la para mí imperecedera obra de Giusseppe Guareschi , "El pequeño mundo de Don Camilo". Un maravilloso libro, como lo clasifica la página web, de donde he sacado el citado capítulo. Pasaje en el que con suma maestría, dulzura, suave ironía y algo de humor, su autor, el escritor italiano Guareschi, plasmó unos personajes universales, con acciones también universales, circunscritas por él a un rinconcito de la bota italiana, pero reproducibles en la vida real en cualquier lugar del mundo en donde sus gentes se ven enfrentadas y diferenciadas por cuestiones ideológicas. Pero hermanadas como gemelos idénticos, en las bondades intrínsecas de sus corazones. Unos corazones nobles, en la obra encarnados e inmortalizados por los personajes de Don Camilo, (de derechas) y Peppone( de izquierdas). Porque, y esta es la principal enseñanza que Guareschi nos quiso dejar en este capítulo de su libro, el ser cabal, noble, sincero, actúa guiado por su conciencia, por los dictados de su conciencia, sobreponiendo lo que ésta le indica es justo a las argumentaciones y lógica de lo que se entiende como correcto, diplomático, o dentro de las reglas vigentes, es decir, fuera de los razonamientos lógicos y también de las oportunistas razones y conveniencias , tanto ajenas como propias, del momento y lugar. Aquí, particularmente, representado este ser cabal, en la figura de Peppone, el rústico alcalde comunista, en quien su respeto y consideración a su temida maestra, fue superior a los comedimientos y formalidades . ¡Chapeu( olé) por Pepón!
Unos cuantos querría yo para la realidad inmediata española que al igual que Pepón, fueran capaces de imponer la verdadera voluntad del pueblo. La manifestada, en realidad, en las urnas, sin artilugios ni componendas entre partidos que han quedado en posiciones secundarias. Los cuales, finalmente, en virtud de estos maridajes se autoproclaman mayoritarios y representantes legítimos de la voluntad popular. Para ejemplos, me remito a la composición final de la mayoría de ayuntamientos y alguna que otra comunidad autónoma, gobernados no por los más votados, sino por las perdedores coaligados.
http://www.librosmaravillosos.com/pequenomundo/capitulo35.html Capítulo 35
"La vieja
maestra
EL monumento
nacional del pueblo era la vieja maestra, una mujercita pequeña y flaca
conocida de todos por cuanto había enseñado el abecé a los padres, a los hijos
y a los hijos de los hijos. Ahora vivía sola en una casita un tanto alejada del
poblado e iba tirando adelante con nada más que la pensión, porque cuando
enviaba a comprar cincuenta gramos de manteca, o de carne o cualquier otro
alimento, le cobraban por los cincuenta, pero siempre le daban doscientos o
trescientos. Con los huevos el piadoso engaño no resultaba
porque, aunque una maestra tenga dos o tres mil años de edad y haya perdido la
noción del peso, la vez que pide un par de huevos y le dan seis, se da cuenta.
Resolvió el problema el médico un día que la encontró y viéndola muy
desmejorada le ordenó que eliminara los huevos de su alimentación, pues por lo
que le dijo no le sentaban.
La vieja maestra infundía respeto a todos y el mismo don Camilo procuraba pasar de largo, pues desde el día en
que desgraciadamente su perro había saltado en el huerto de la señora Josefina
y le había roto una maceta de geranios, todas las veces que la vieja encontraba
a don Camilo lo amenazaba con el bastón y le gritaba que existe un Dios también
para los curas bolcheviques. No podía tragar a Pepón, quien, de niño, iba a la
escuela con los bolsillos llenos de ranas, pajaritos y otras porquerías, y que
una mañana llegó cabalgando en una vaca junto con aquel otro melón del Brusco,
que le hacía de palafrenero. Poquísimas
veces salía de su casa y no hablaba nunca con nadie, pues siempre había odiado
la chismería, pero cuando le dijeron que Pepón había sido elegido alcalde y
escribía manifiestos, entonces salió. Se dirigió a la plaza, se detuvo delante
de un manifiesto pegado en el muro, se caló los anteojos y lo leyó de cabo a
rabo ceñudamente. Luego abrió su bolso, sacó un lápiz rojo y azul, corrigió los
errores y escribió al pie del manifiesto: ¡Asno!
Detrás
de ella estaban los más poderosos "rojos" del pueblo, que miraban
pensativos, cruzados de brazos y apretando las mandíbulas. Pero ninguno tuvo el
valor de decir nada.
La leñera de la señora Josefina estaba en el
huerto, detrás de la casa, y siempre la tenía bien provista, porque de noche no
faltaba quien saltase el cerco y fuera a echar en el montón dos o tres leños o
un haz. Pero ese invierno fue crudo y la maestra tenía demasiados años sobre
sus pequeñas espaldas encorvadas como para no salir vencida. Así, no se la vio
más por ninguna parte, ni tampoco se daba ya cuenta de que cuando mandaba a
comprar dos huevos le enviaban ocho. Y una noche, mientras Pepón estaba en la sesión del Consejo, alguien vino a decirle
que la señora Josefina lo hacía llamar y que se diese prisa porque ella para
morir no tenía tiempo de esperar que hiciese su comodidad. Don Camilo había
sido llamado antes y había corrido enseguida, sabiendo que se trataba de horas.
Había encontrado una gran cama blanca y en ella una viejecita tan pequeña y tan
flaca que parecía un niño. Pero no había perdido del todo los sentidos la vieja
maestra y apenas vio la gruesa mole negra de don Camilo, soltó una risita. - ¿Le gustaría, eh, que ahora yo le confesara
que he hecho un montón de indecencias? En cambio, nada de eso, querido señor
párroco. Lo he llamado porque quiero morir con el alma limpia, sin rencores.
Por lo tanto le perdono haberme roto la maceta de geranios. - Y yo le perdono haberme llamado cura
bolchevique - susurró don Camilo. -
Gracias, pero no era necesario - contestó la viejecita- . Pues lo que vale es la intención con que se obra, y yo lo llamé cura
bolchevique como llamaba asno a Pepón, sin ánimo de ofender. Don Camilo, con dulzura, empezó un largo
discurso para hacer comprender a la señora Josefina que ése era el momento de
despojarse de toda humana prosopopeya, hasta de la más pequeña, para tener la
esperanza de ir al Paraíso. - ¿La esperanza?- lo interrumpió la señora
Josefina. ¡Yo tengo la seguridad de ir al Paraíso! - Este
es un pecado de presunción - dijo don Camilo dulcemente. Ningún mortal puede tener la seguridad de haber vivido siempre conforme
a las leyes de Dios.
La
señora Josefina sonrió. - Ningún
mortal, excepto la señora Josefina - respondió. ¡Porque a la señora Josefina esta noche Jesucristo ha venido a decirle
que irá al Paraíso! ¡Así, pues, la señora Josefina está segura, a menos que
usted sepa más que Jesucristo!
Ante una fe tan formidable, tan precisa e
inequívoca, don Camilo quedó sin aliento y se retiró en un ángulo a decir sus
plegarias.
Después
llegó Pepón. - Te
perdono lo de las ranas y demás inmundicias - dijo la vieja maestra. - Te conozco y sé que en el fondo no eres
malo. Rogaré a Dios para que te perdone tus grandes delitos.
Pepón
abrió los brazos. - Señora
- balbuceó; yo no he cometido nunca un delito. - ¡No
mientas! - replicó severamente la señora Josefina. Tú y los demás bolcheviques
de tu raza habéis echado al rey, desterrándolo en una isla lejana para dejarlo
morir de hambre junto con sus hijitos. La maestra se echó a llorar, y Pepón,
viendo llorar una viejecita tan pequeña, sintió deseos de ponerse a gritar. - No es
cierto - exclamó. - Es
cierto - repuso la maestra, me lo ha dicho el señor Biletti, que oye la radio y
lee los diarios. -
¡Mañana le rompo la cara a ese reaccionario inmundo! - mugió Pepón. Don Camilo,
¡dígale usted que no es cierto! Don
Camilo se acercó. - La han
informado mal - explicó suavemente. Son todas mentiras. Ni isla desierta ni
muertos de hambre. Todas mentiras, se lo aseguro. - Menos
mal - suspiró la viejecita tranquilizada. - Además - dijo Pepón, no fuimos solamente nosotros
los que lo echamos. Hubo la votación y resultó que los que no lo querían eran
más que los que lo querían, y entonces se ha ido, pero nadie le ha dicho ni
hecho nada. ¡Así funciona la democracia! - ¡Qué democracia! - dijo severamente la
señora Josefina. A los reyes no se los echa.
-
Disculpe - dijo a su vez Pepón, turbado. ¿Qué podía contestar?
Luego la
señora Josefina, algo más tranquila, habló. - Tú eres el alcalde - dijo- y éste
es mi testamento: la casa no es mía y mis pocos trapos debes darlos al que
los necesite. Quédate con mis libros, que te hacen falta. Debes hacer muchos
ejercicios de composición y estudiar los verbos. - Sí, señora - respondió Pepón. - Quiero un funeral sin música porque no es
una cosa seria. Quiero un funeral sin coche fúnebre. Quiero que lleven el ataúd
en hombros como se usaba en los tiempos civilizados, y sobre el ataúd quiero la
bandera. - Sí, señora - contestó Pepón. - Mi bandera - prosiguió la señora Josefina.
La que está allí junto al armario. Mi bandera, con el escudo. Y esto fue todo, porque después la señora
Josefina susurró: "Dios te bendiga, aunque seas bolchevique, niño
mío". Y cerró los ojos y no los reabrió más.
La mañana siguiente Pepón convocó en la
Municipalidad a los representantes de todos los partidos, y cuando estuvieron
presentes les dijo que la señora Josefina había muerto y que la comuna, para
expresarles el reconocimiento del pueblo, le tributaría solemnes funerales. - Esto lo
digo como alcalde y como tal e intérprete de la voluntad popular los he
llamado para que después no me reprochen
haber procedido por mi sola cuenta. El hecho es que la señora Josefina ha
manifestado ser su última voluntad que se conduzca el ataúd en hombros y sobre
el ataúd quiere la bandera con el escudo. Diga
aquí cada cual su opinión. Los representantes de los partidos reaccionarios
hagan el favor de quedarse callados, pues de todos modos sabemos muy bien que
serían dichosísimos si además trajéramos la banda para tocar la así llamada
marcha real.
Habló en
primer término el representante del
Partido de Acción; y hablaba bien porque era un diplomado. - ¡Por
consideración a un solo difunto no podemos agraviar a los cien mil muertos con
cuyo sacrificio el pueblo ha conquistado la república! ( "El pueblo", concepto
tan manoseado por algunos, arrogándose ser la voz de su sentir, cuando , en
realidad, nada o muy poco les importa)
Y siguió
por este estilo, argumentando con mucho calor y concluyendo que la señora
Josefina había trabajado con la monarquía, pero por la patria, y por lo tanto
nada era más justo que sobre el féretro fuese desplegada la bandera que hoy
representa a la patria. (Es decir, reinterpretar a su particular interés,de modo
torticero, la explícita voluntad de la muerta, incapaz ya, por tanto, de
cotradecirle)
- ¡Bien! - aprobó Begollini, el socialista,
que era más marxista que Marx. ¡Ha terminado la era de los
sentimentalismos y de las nostalgias! ¡Si quería la bandera con el escudo debió
morir antes! ( Lo que estas gentes pretenden es acabar
con los valores y las tradiciones ajenos y comunes, e imponer las propias
aunque sean contra natura y de colectivos minoritarios. El respeto hacia las
convicciones ajenas no cuenta.)
- ¡Bah, ésa es una estupidez! - exclamó el
boticario, jefe de los republicanos históricos. Se debe decir más bien que hoy
la ostentación pública de dicho emblema en un funeral podría suscitar
resentimientos que desnaturalizarían la ceremonia, convirtiéndola en una
manifestación política y disminuyendo, si no destruyendo, su noble significado.
( Desenterrar odios y
resentimientos ya superados, al menos por la mayoría. Al mismo tiempo que dar
una visión e interpretación parcial de la Historia común y de los símbolos
patrios, convirtiendo a unos(los suyos) en patrióticos y los otros, sólo dignos
de derrocarlos u objeto de mofa.)
Tocóle el turno luego al representante de
los demócratas cristianos. - La
voluntad de los muertos es sagrada - dijo con voz solemne. Y la
voluntad de la difunta es particularmente sagrada para nosotros, puesto que
todos la amamos, la veneramos y contemplamos su actividad prodigiosa como un
apostolado. Precisamente por esta veneración y este respeto a su memoria, somos
del parecer que debe evitarse cualquier acto irrespetuoso, aunque mínimo, el
cual, si bien enderezado a otro propósito, sonaría como una ofensa a la sagrada
memoria de la extinta. Por eso, también nosotros nos asociamos a quienes desaconsejan
el uso de la vieja bandera. ( La pasividad cómplice de
tanto arraigo entre muchos, acaso mayoría de nosotros, quienes aún a sabiendas
de la iniquidad o falsedad de las argumentaciones y todavía peor de los hechos
, callamos cobardemente y dejamos hacer lo que sea, disfrazando nuestra
cobardía de prudencia y respeto hacia el prójimo.¿Qué prójimo? – El que
dilenque, grita,destruye,mata, roba, usurpa, viola...e incumple leyes, tanto humanas(
civiles) como divinas.Y , al igual que José de Arimatea hizo, según escribió
Papini, dejamos matar al inocente, Jesús
de Nazareth, y luego nos haremos cargo del entierro para acallar la voz de
nuestra conciencia. En fin, ni demócratas y menos aún cristianos)
Pepón
aprobó gravemente estas palabras con un movimiento de cabeza. Volvióse luego
hacia don Camilo, que también había sido convocado. Y don Camilo estaba pálido. - ¿Qué
opina el señor párroco? - El señor párroco, antes de hablar espera
escuchar el parecer del señor alcalde. (El silencio incomprensible de la
autoridades religiosas en determinados momentos)
Pepón se
compuso la garganta y habló. - En mi
condición de alcalde - dijo- les
agradezco la colaboración y como alcalde apruebo la idea de evitar la bandera
pedida por la difunta. Pero, como en este pueblo no gobierna el alcalde sino
los comunistas, yo, como jefe de los comunistas digo que me importa un comino el parecer de ustedes y mañana la
señora Josefina irá al cementerio con la bandera que ella quiere porque yo
respeto más a la finada que a todos ustedes vivos, ¡y si alguno tiene algo que
objetar lo hago volar por la ventana! ¿Tiene el señor cura algo que
decir? ( Pepón lo que hizo fue asumir la autoridad de su cargo, y, con valentía, tomó en solitario unas decisiones incómodas
que , en apariencia, nadie respaldaba y más bien parecían que iban en contra del sentir
popular allí representado por los dirigentes de los diferentes partidos y
grupos municipales).
- Cedo a
la violencia - contestó don Camilo, sintiéndose volver a la gracia de Dios.
Y así el día siguiente la señora Josefina
marchó al cementerio en su féretro, cargado por Pepón, el Brusco, el Pardo y
Bólido. Los cuatro llevaban al cuello pañuelos rojos como el fuego, pero sobre
el ataúd iba la bandera de la señora maestra.
Cosas que suceden allá, en ese pueblo
extravagante donde el sol martillea en la cabeza de la gente y donde la
gente razona más a palos que con el cerebro, pero donde por lo menos se respeta
a los muertos.
NOTA: Los textos en otro tono,violáceo, y en letra cursiva, son comentarios propios, es decir, de mi cosecha.
oooOOOooo
23 de enero de 2016: AUTOCRÍTICA. En contra de lo más arriba manifestado por mí, este Capítulo 35 de la inmortal obra de Guareschi, resulta inolvidable, así como sus enseñanzas, porque nos habla de bondad, de renuncia, de la vocación sincera y desinteresada de una maestra rural y del reconocimiento de su generosidad y entrega por parte de aquellos que como el noble bruto de Peppone fueron destinatarios de sus desvelos. La vieja maestra es descrita como un ser físicamente pequeñito y delicado, pero espiritualmente inmenso e irreducible como su fe en Jesucristo. Así, pues, me corrijo y deseo que existan muchas (y muchos)“ Señoras Josefinas", capaces de como ella, inculcar en sus aprendices, incluso en los aparentemente más lerdos( "asnos"), tan supremos valores de moral y humanidad, como los aquí mostrados por Peppone y sus compinches.
"Y así el día siguiente la señora Josefina marchó al cementerio en su féretro, cargado por Pepón, el Brusco, el Pardo y Bólido. Los cuatro llevaban al cuello pañuelos rojos como el fuego, pero sobre el ataúd iba la bandera de la señora maestra." ¡ Qué bonito y tierno final! ¡Cuán contenta marcharía de este mundo la viejita llevada en volandas por aquellos hombretones de ideología política tan diferente a las suyas, pero los únicos verdaderamente respetuosos con su última voluntad.¡Unos hombres cabales!