Como ya hablé del
personaje altruista encarnado en el capitán estadounidense Amasa Delano,
y también de la pobre víctima, el capitán Cereno, toca hablar del
hipócrita Babo, el " malo”. Tres prototipos
humanos.
En esta historia
de Melville, basada – insisto- en un hecho
real, el personaje del malo, malísimo, se plasma en un hombrecillo, de fisionomía sumisa
y servicial, consagrado al servicio de un altivo amo. Pero todo ello
es simulación. Un disfraz, una máscara, bajo la cual se esconde un
hombre cruel, inmisericorde y vengativo, cuyo cerebro maléfico ha urdido y
dirigido una perversa conjura.
Personificación
perfecta del prototipo humano del ser (ente) pérfido. Diestro en el manejo de la
mentira, del engaño, de la simulación y de la coacción. De efectivos resultados
para con casi todos, menos con su víctima. La cual, aún superado el hecho, siempre
que lo tiene delante, revive las vejaciones y maldades de las que ha sido
objeto y, consecuentemente, rehúye su encuentro. Reproduzco párrafo donde se
expresan estos sentimientos:
"Durante la
travesía, don Benito no fue a verlo. Ni entonces ni más tarde quiso
mirarlo a la cara. Delante del Tribunal, se negó a hacerlo. Instado por los
jueces, sufrió un desmayo. La identidad legal de Babo, sólo pudo establecerse
por el testimonio de los marineros...el español...no quería ni podía mirarlo a
la cara."
Cuando he leído este
sentimiento de Cereno, de la víctima hacia su opresor, me ha venido a la
memoria la imagen tantas veces repetida de los juicios a los etarras en que las
víctimas, o/y sus familiares y más directos allegados, se ven obligadas a
verlos de nuevo y, encima, soportar el nuevo agravio de su actitud desafiante y
descarada. ¡Vaya!
Prefiero sin duda
alguna el justo final del relato de Melville, en que el pérfido Babo, el malo,
encuentra justa retribución a su perversidad y mal hacer.
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