lunes, 14 de octubre de 2013

La Reina Mártir, del Padre Luis Coloma

Hoy comentaré otro de los libros leídos en 2008, “La Reina Mártir”, biografía novelada de María Estuardo, subtitulada por su autor como“ Apuntes históricos del siglo XVI”,  quien se basó  en la “Historia del cisma de Inglaterra”, del P. Ribadeneyra . La novela se publicó en 1898, y su autor fue el jesuita y miembro de la Real Academia Española, PadreLuis Coloma,( el creador del Ratoncito Pérez) Editorial Razón y Fe, 4ª edición, 1948, Colección Obras Completas, Tomo XI.

Comentar este libro, después de transcurridos tantos años desde su lectura, me va a costar mucho. Lo intentaré. Para ello comenzaré por dar   cómo se define a un “mártir”. Según el Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. © 2007  tres son las acepciones: 1 “Persona que ha muerto, especialmente padeciendo torturas o con gran sufrimiento, por defender una religión o simplemente por pertenecer a ella.”
2 “  Persona que es criticada, marginada e incluso perseguida por sus ideas o creencias.”
3 “  Persona que padece sufrimientos o injusticias y que los lleva con resignación”.  Cualquiera, pues, de estas definiciones puede aplicarse a María Estuardo.

La novela es una obra muy documentada. Numerosos son  los textos transcritos de la correspondencia cruzada por esta infortunada mujer con muchos de los personajes relevantes de aquella época, el siglo XVI. Entre ellas Felipe II e Isabel I, de Inglaterra.Tras su lectura   pienso, resumiendo, que si como mujer, como madre y como gobernante, fueron muchos sus yerros; el descrédito, las humillaciones, las mentiras, las difamaciones, así como  la prisión e injustas sentencias por apañados juicios, soportados por esta mujer fueron superiores, pero muy superiores a los de cualquier común mortal. Y la fuerza, entereza y valor demostrados por ella son difíciles de explicar sin la gracia de Dios. Reproduciré algunos trozos de los dos últimos capítulos, XIX y XX. Capítulos que me resultaron muy conmovedores:
XIX
“… Escuchole la Reina sin turbarse en lo más mínimo, y de igual modo oyó el decreto de muerte leído a continuación por Roberto Beale. Santiguose sosegadamente al terminar la lectura, y dijo, cruzando las manos: ¡Bendito sea Dios, por la nueva que nos dais!(…) -No podemos recibir mejor noticia -añadió- que la que nos anuncia el término de nuestras desdichas, y la gracia que nos hace Dios de morir por la gloria de su nombre y de su Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana... No esperábamos fin tan dichoso después de los tratos que hemos sufrido en este país, y los peligros a que nos han expuesto durante diecinueve años, a Nos, nacida reina, hija de rey, nieta de Enrique VII, sobrina de la reina de Inglaterra, reina viuda de Francia y princesa libre que no reconoce en el mundo más superior que Dios. Y levantando la voz con grande dignidad y firmeza, protestó de nuevo contra la acusación de haber conspirado contra la vida de Isabel, y con gran vehemencia y movimiento espontáneo salido del alma, puso entonces la mano sobre un libro de los Evangelios que sobre la mesa había, y dijo con toda la majestad de la reina que se siente ultrajada, y toda la solemnidad de la cristiana próxima a morir:-¡Juro no haber conspirado nunca, ni permitido que nadie conspirase, contra la vida de la reina de Inglaterra!(…) la Reina pidió entonces que la volviesen su capellán, preso allí mismo en el castillo. Negáronselo los condes, y tornaron a ofrecerle el mismo hereje que ellos traían, que era el deán de Petersboroug.
-No es eso lo que queremos ni lo que hemos menester -replicó entonces la Reina con gran firmeza-. Yo soy católica, y católica tengo de morir, y por ser católica muero, y téngolo por muy gran merced de Dios. Sin sacerdote me favorecerá mi Dios, que me ve mi buen deseo, y sin los medios ordinarios puede salvar y salva las ánimas que Él mismo con su sangre compró.(…) Mandó entonces adelantar la hora de la cena, a fin de tener toda la noche para escribir y para orar, y mientras la aparejaban, púsose ella a su mesa, y escribió a su capellán la siguiente carta, cuyo original tuvo el P. Rivadeneira meses después en sus manos, y lo besó como a una reliquia, y lo copió y tradujo al castellano de la siguiente manera:

«Yo he sido muy combatida y tentada de los herejes contra mi religión, para que recibiese consuelo por su mano dellos. Vos sabréis de otros que, a lo menos, yo he hecho fielmente protestación de mi fe, en la cual quiero morir. Yo he procurado de haberos y pedídoos para confesarme y recibir el Santo Sacramento. Hánmelo negado cruelmente, como también que mi cuerpo sea llevado desta tierra, y de poder estar libremente y de escribir, si no es por mano dellos y con voluntad de su señora. Y así, faltándome el aparejo, yo confieso humildemente, con gran dolor y arrepentimiento, todos mis pecados en general, como lo hiciera en particular, si pudiese; yo os ruego que esta noche queráis velar y orar conmigo, y en satisfacción de mis pecados, y de enviarme vuestra bendición. Avisadme por escrito las oraciones más propias y particulares que debo hacer esta noche y en la mañana, y todo lo demás que os pareciese que me puede ayudar para mi salvación. El tiempo es corto y no puedo escribir más».
(…)Allí escribió de nuevo su testamento, todo de su puño y letra, y otras varias cartas, entre ellas una a Enrique III, pidiéndole, por caridad, que pagase las mandas que dejaba a sus servidores más pobres. (…). «Siempre me habéis amado, -le decía-, y por eso os pido, por caridad, que me lo mostréis por vez postrera, dándome el consuelo de recompensar a mis pobres y afligidos criados, y de hacer sufragios por el alma de esta pobre Reina, que se ha llamado como vos, Reina Cristianísima de Francia, y muere católica y desprovista de toda clase de bienes».(…)
XX
(…Bajó la Reina la escalera con harto trabajo, y encontró, al pie de ella, a su fiel mayordomo Melvil, al cual habían sacado de su encierro para que pudiese darle el adiós postrero. Arrojose el anciano a sus pies, llorando amargamente al verla venir en aquella guisa, y la Reina le abrazó con gran serenidad, y le dijo, tuteándole por primera vez en la vida:

-No llores, mi buen Melvil; regocíjate más bien, porque María Estuardo ha llegado ya al término de sus desdichas... Harto sabes que este mundo no es sino vanidad, turbación y miseria... Di a todo el mundo que muero firme en mi religión; verdadera católica, verdadera escocesa, verdadera francesa... Perdone Dios a los que desean mi muerte, y Él, que ve los pensamientos secretos de los hombres, sabe que siempre he deseado la unión de Escocia y de Inglaterra)
«¡Milores!... Creo que entre tantos que aquí estáis presentes, y veis este espectáculo lastimoso de una Reina de Francia y de Escocia, y heredera del trono de Inglaterra, habrá alguno que tenga compasión de mí y llore este triste suceso, y dé verdadera razón a los ausentes de lo que aquí pasa. Aquí me han traído, siendo Reina ungida y soberana señora, y no sujeta a las leyes de este reino, para darme la muerte, porque, siendo Reina, me fié de la fe y palabra de otra Reina, que es mi tía. De dos delitos me acusan, que son: el haber tratado de la muerte de la Reina, y haber procurado mi libertad. Mas por el paso en que estoy, y por aquel Señor que es Rey de los reyes y Supremo Juez de los vivos y de los muertos, que lo primero me levantan, y que ni ahora ni en algún tiempo jamás traté de la muerte de la Reina... Mi libertad he procurado, y no veo que el procurarla sea crimen, pues soy libre y reina y soberana señora. Pero, pues Dios Nuestro Señor quiere que con esta muerte yo pague los pecados de mi vida, que son muchos y muy graves, y que muera porque soy católica, y que con mi ejemplo aprendan los hombres en qué paran los cetros y grandezas de este mundo, y entiendan bien cuán espantosa cosa es la herejía, yo acepto la muerte de muy buena voluntad, como enviada de la mano de tan buen Señor, y ruego a todos los que aquí estáis y sois católicos, que roguéis a Dios por mí, y que me seáis testigos de esta verdad, que muero en la comunión de la fe católica, apostólica y romana».
Dichas estas palabras, que fueron escuchadas en el más profundo silencio, abrió la Reina su breviario, y como si no perteneciese ya a este mundo, comenzó a rezar en latín los salmos penitenciales.(…) Habíase puesto el deán hereje a rezar en un extremo del cadalso, según el rito anglicano, y la Reina, arrodillada en el almohadón, rezaba en latín los tres salmos: Miserere mei, Deus, etc.; In te, Domine, speravi, etc.: Qui habitat in adjutorio, etc. Comenzó luego a rezar en inglés, y su piedad era tan viva, su actitud tan espontánea, su voz tan natural y conmovedora, que muy pocos de los presentes pudieron contener las lágrimas. Rogó por el Papa, por la Iglesia, por los monarcas y príncipes católicos, por el Rey su hijo, por la reina de Inglaterra, por sus enemigos, y encomendándose también a sí misma, concluyó diciendo, con la vista en el crucifijo y voz segura y firme que salía de lo más profundo de su alma:-¡Señor mío Jesucristo!... ¡Como tus brazos se extendieron en la Cruz, así se extiendan para recibirme a mí los de tu misericordia!(... ) Quedose la Reina un momento recogida, con el crucifijo en ambas manos, y luego se arrodilló sin soltarlo, y tendió el cuello al verdugo, diciendo con el acento de la más firme confianza:

-In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum!...”



28 de enero de 2014: Encontré, casualmente, esta foto del breviario de María Estuardo, libro que según se lee al pie de la foto, llevaba con ella en el cadalso y que se conserva en la Biblioteca Nacional Rusa de Sant Peterburgo.