“El doctor Fischer de Ginebra”, o “La reunión de la bomba”, de Graham Greene. Editorial Argos Vergara, S.A., 1980. Título de la edición original: “Doctor Fischer of Geneva/or The Bomb party”. Traducción Antonio Samons. Sobrecubierta: Rolando & Memelsdorff, diseñadores. Libro dedicado por Greene a su hija, Caroline Bourget.
Lo leí hace unos cuantos años. No me gustó
y ni siquiera lo comenté. De hecho, no recordaba nada, ni trama, ni personajes
ni el final. En esta ocasión, sin embargo, prácticamente, devoré el
libro. Libro de sólo ciento cincuenta y ocho páginas de fácil y
amena lectura.
La historia es simple. Un
británico cincuentón que vive en Ginebra (Suiza) y se gana la vida como
traductor en una importante fábrica de chocolate. Conoce a una jovencita, hija
de un millonario suizo famoso por sus excéntricas reuniones, se enamoran y se
casan.
A través de esta sencilla trama Greene nos
muestra la mezquindad grosera que acompaña a determinados individuos en su afán de incrementar sus ya abundantes
riquezas. Seres de ilimitada avaricia. No tienen escrúpulos.
Nada les detiene. Y cuyos ejemplares más sobresalientes, según el autor
británico, los encontramos, paradójicamente, entre los más ricos. ¡Son tan
ricos como miserables!
En la novela este tipo humano viene
representado por los cinco miembros del grupo de “amigos” del Dr. Fischer. Grupo al cual su
hija los ha denominado “Los Pelotas”. Lo componen una viuda rica, un
prestigioso abogado, un experto asesor fiscal, un afamado actor y un militar
suizo del más alto rango.
Este tipo humano, sin embargo, según mi modesto parecer, abunda mucho en nuestras modernas sociedades, y es fácil toparse con un buen ejemplar en nuestro entorno cotidiano, bien como compañeros de trabajo o estudios, bien como componentes de un partido político, o incluso como comentarista político en cualquiera de esas tertulias tan abundantes en estos tiempos.
En algunos casos su peloteo indigno tiene como objetivo trepar en el escalafón, en otros figurar en las listas electorales, otras veces, simplemente, demorar la fecha del despido, y como caso excepcional, mantenerse en el poder, tal como Sánchez, el premier español, que no ha tenido reparos en desdecirse continuamente y llegar incluso a reverenciar una bandera autonómica de cuyo lado han quitado previamente la enseña nacional.
Creo que fue Enrique IV de Francia quien dijo “París bien vale una misa”.
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