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martes, 19 de noviembre de 2013

¡Era un santo!, (Pinceladas del Natural )del Padre Luis Coloma

 ¡Era un santo! primera de las diez narraciones que componen el Tomo III de “Pinceladas del Natural” del jesuita Luis Coloma, Editorial “El Mensajero del C. de Jesús, 1920, octava edición,Colección de narraciones breves del Padre Coloma(**)

Narración que cuando la leí  me impresionó su desenlace, porque, además, está inspirado en un hecho real, según aclaración del propio autor en nota a pie de página. Al presente, mientras elaboro el comentario, me estoy dando cuenta que lo que antes llamó mi atención y dio importancia al relato, lo es sólo en un segundo plano, porque su mayor trascendencia está , según creo, en enfrentar al creyente católico que la lee con el recuerdo de su obligación de frecuentar el sacramento de la confesión y penitencia (*)de sus faltas. Más si éstas fueran  graves, ya que le alejan de Dios y en caso de morir sin haberse puesto en paz con el Creador, ponen en peligro la salvación de su alma. 

Su lectura  me resultó amena y edificante. El protagonista indiscutible, “el santo”, es el páter familias de una acomodada y bien situada familia andaluza, cónsul de un país centroamericano, ex alcalde, y recién galardonado(porque la había comprado) con la Cruz de Isabel La Católica. Estamos, pues, ante un prohombre, cuyos inicios, sin embargo, fueron modestos, la de un simple abogado pasante de una notaría. Numerosas son las pinceladas de humor, puestas por el autor a través del personaje del yerno, Sancho, un señorito andaluz, cuya lengua mordaz, especialmente con su suegra, logra en muchas ocasiones hacer reír al lector. Sirve también esta figura de contrapunto, poniendo en sus acciones, expresiones y respuestas, la simpleza y la naturalidad de los hechos humanos que salen del corazón, de un corazón bueno, verdades como puños, sin ambages ni medias tinta. La mayoría de las muy frecuentes citas y reflexiones de autores clásicos y refranes de honda sabiduría popular corren, también, a cargo de este personaje. 

La historia nos sitúa en los últimos días de vida del protagonista, enfermo tras el latigazo de un primer ataque cerebral  y el definitivo toque mortal, describiéndonos sus angustias y terrores ,  reclamando la asistencia de un sacerdote  para conciliar su alma con Dios. La espléndida descripción  de esta situación   logra dar a la narración su verdadero alcance,  que es  inducirnos  a plantearnos la importancia de morir en paz con Dios, tras implorar de su Misericordia Infinita, el perdón por nuestros pecados. 

En un plano menos trascendental,  esta lectura nos da la imagen de un tipo humano universal, es decir, que se da en todos los tiempos y lugares, la del tipo contemporizador, sin ideología política concreta, pero nadador experto en aguas turbulentas, quien de la nada se ha hecho con fortuna y bienes obtenidos mediante métodos que aunque legales(lícitos) son moralmente condenables(ilícitos), en detrimento y con perjuicio descarado de  alguno o de alguna de los que se hayan cruzado en su existencia. Individuos, en resumen, que gozan de honor y respeto de la sociedad, pero en la práctica y de hecho,  son de plena insolvencia moral.

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(*)Sacramento de la Penitencia: Copio y pego algunos de los párrafos del artículo publicado por Aciprensa en relación sacramento de la Penitencia, pero recomiendo su lectura íntegra:
"El sacramento de la Penitencia, o Reconciliación, o Confesión, es el sacramento instituido por Nuestro Señor Jesucristo para borrar los pecados cometidos después del Bautismo. Es, por consiguiente, el sacramento de nuestra curación espiritual, llamado también sacramento de la conversión, porque realiza sacramentalmente nuestro retorno a los brazos del padre después de que nos hemos alejado con el pecado(...)La confesión es la manifestación humilde y sincera de los propios pecados al sacerdote confesor(...)Estamos obligados a confesar todos y cada uno de los pecados graves, o mortales, cometidos después de la última confesión bien hecha(...)Las faltas objetivamente mortales más frecuentes son (siguiendo el orden de los mandamientos): practicar de cualquier modo la magia; blasfemar; perder la Misa los domingos o en las fiestas de preceptos sin un grave motivo; tratar mal de manera grave a los propios padres o superiores; matar o herir gravemente a una persona inocente; procurar directamente el aborto; buscar el placer sexual en solitario o con otras personas que no sean el propio cónyuge; para los cónyuges impedir la concepción en el acto conyugal; robar una suma relevante, incluso sustrayéndose en el trabajo; murmurar gravemente del prójimo o calumniarlo; cultivar voluntariamente pensamientos o deseos impuros; faltar gravemente el propio deber; acercarse a la Sagrada Comunión en estado de pecado mortal; callar voluntariamente un pecado grave en la confesión(...La confesión es un medio extraordinariamente eficaz para progresar en el camino de la perfección. En efecto, además de darnos la gracia "medicinal" propia del sacramento, nos hace ejercitar las virtudes fundamentales de nuestra vida cristiana. La humildad ante todo, que es la base de todo el edificio espiritual, después la fe en Jesús Salvador y en sus méritos infinitos, la esperanza del perdón y de la vida eterna, el amor hacia Dios y hacia el prójimo, la apertura de nuestro corazón a la reconciliación con quien nos ha ofendido. En fin, la sinceridad, la separación del pecado y el deseo sincero de progresar espiritualmente.)"


(**) El Padre Coloma  fue el creador del Ratoncito Pérez, y el autor de "Pequeñeces", la más conocida  y controvertida de sus novelas. Prolífico autor. 

viernes, 15 de noviembre de 2013

La maledicencia, de P. Luis Coloma

Pinceladas del Natural” del Padre Luis Coloma, Tomo III, Octava Edición, Bilbao, 1920. El libro comprende diez narraciones breves del jesuita español, miembro de la Real Academia Española de la lengua, Padre Coloma, el creador del Ratoncito Pérez, el que deja una moneda o un regalito debajo de la almohada cuando los peques de la casa pierden alguno de sus dientecitos de leche. Supongo que muchos como yo,  de los más mayores, sabe que el singular Ratón Pérez fue creado para el entonces niño de ocho años, Alfonso XIII. Su lectura fue en el 2009, o sea, hace cuatro años. Recuerdo, no obstante, como denominador común a todas estas narraciones, el tono edificante, la religiosidad y fe en Dios y en su Providencia, el conocimiento y cita constante y variada de los clásicos de la Literatura Universal y también que los personajes protagonistas, en su mayoría,  pertenecen a la clase alta o pudiente. Al presente, sin embargo, sólo me atrevo a escribir acerca de dos de aquellas narraciones, cuyo argumento quedó  grabado en mi recuerdo. Estas dos narraciones son: “¡Era un santo!” y “La maledicencia”.  El título de esta última ya nos está diciendo de que va la historia, o sea, de cuando alguno o alguna se dedica a la propagación de hechos  que difaman, desprestigian, al prójimo. Hechos que, además, no hay certeza de su veracidad, pero si la seguridad de que su conocimiento por los otros dañará la reputación del protagonista.

Buscando en la Red un enlace con la definición del término maledicencia, hallé una entrada del blog de José Miguel Arráiz en que trata este pecado de la lengua, cuya lectura recomiendo; entrada de la que copio y pego algunos de los párrafos más significativos:



Uno de los pecados de la lengua es la maledicencia, el cual no solo afecta la sociedad en general, sino también a todos los que profesamos la fe ...El diccionario de la Real Academia Española define la palabra maledicencia como la acción o hábito de hablar con mordacidad en perjuicio de alguien, denigrándolo. El Catecismo es aún más preciso y define como maledicencia cuando, sin razón objetivamente válida, se manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran. (...)no quiere decir que es un deber cristiano ocultar los defectos del prójimo (o lo que consideramos tales), pero si evitar manifestarlos a otros cuando no hay una razón válida para ello(…)Muchas son las razones por las que somos impulsados a caer en la maledicencia, pero se puede decir que una de las principales es la envidia o el rencor. (...)Entre otras razones (...) está la superficialidad, las habladurías, la costumbre de contar chismes. (...) la persona se habitúa a criticar y a hacer resaltar los defectos aparentes o reales del prójimo. Este tipo de maledicencia es particularmente peligrosa porque hace propenso a la persona que la practica a caer en otros pecados de la lengua como el juicio temerario o la calumnia. El juicio temerario es aquel que, incluso tácitamente, admite como verdadero, sin fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo; la calumnia es  aquella que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto a ellos. Cuando nos hacemos eco de rumores o acusaciones infundadas sobre el prójimo, corremos riesgo de hacernos cómplices también de juicio temerario y de calumnia. EL hecho mismo de comentar estas acusaciones con personas que las ignoran nos hace instrumento y colaborador del originario de la calumnia.
No es lícita moralmente la maledicencia ni siquiera para hacer referencia a personalidades públicas (...) hay que distinguir entre la opinión personal privada sobre alguien, y la manifestación en público de dichas opiniones y las consecuencias que pueden tener en la reputación ajena.(…)Es aquí donde también es importante distinguir entre la libertad legal para criticar incluso en forma destructiva al prójimo (e incluso respecto a esto la libertad de expresión tiene sus límites), y la libertad moral para hacerlo. Los cristianos no somos libres moralmente de caer en maledicencia, y en el caso de personalidades públicas la materia grave del objeto del acto moral puede ser mayor, porque afecta su imagen respecto a un mayor número de personas.
Las faltas contra la reputación del prójimo deben ser reparadas. A este respecto dice el Catecismo:Toda falta cometida contra la justicia y la verdad entraña el deber de reparación aunque su autor haya sido perdonado.( …) reparar un daño públicamente, (…)si el que ha sufrido un perjuicio no puede ser indemnizado directamente, es preciso darle satisfacción moralmente , en nombre de la caridad. Este deber de reparación concierne también a las faltas cometidas contra la reputación del prójimo. Esta reparación, moral y a veces material, debe apreciarse según la medida del daño causado. Obliga en conciencia” CEC 2847.


Bueno, como se puede leer,  nada he hablado de la historia contada por el Padre Coloma, pero sí de la maledicencia, ese “pecado de la lengua”,  hoy- desgraciadamente-  tan al uso y cuya eficacia destructiva, si cabe, ha aumentado con el mal empleo de las modernas técnicas de comunicación  como  twitters,  las cadenas de correos electrónicos y los whatsapps. Particularmente, en alguna que otra ocasión,  ante la gravedad de lo contado( al menos a mí me lo parecía) sobre alguna personalidad pública o hecho histórico, y habiendo optado  por verificar su veracidad , descubrí que entre lo allí dicho y la realidad había un largo, tortuoso  y estrecho camino, es decir, medias verdades, afirmaciones falsas de, o,  sobre personajes famosos, hechos, etc.,  que posteriormente había sido demostrada su falsedad, desmentidos los hechos o rectificadas las afirmaciones allí vertidas. Pero, el objetivo estaba alcanzado, la maledicencia ya había actuado, sembrando dudas en algunos casos y en los muchos manchando para siempre el honor y la reputación de la víctima del infundio.  Ya se sabe lo que dice el dicho, “difama que algo queda”.