Felipe II – Juan de Austria
5 de marzo de 2013 Me gustaría ir poniendo fin a mis comentarios
sobre esta novela, pero tengo aún unas cuantas cosas dignas de reseñar. Entre ellas la figura de Don Juan de Austria,
antítesis de su medio hermano, el Rey Felipe II de España. Este último príncipe por nacimiento y rancio abolengo, nacido para reinar, un
genuino “señor natural”,
engendrado en una mujer de nobilísima cuna, Isabel
de Portugal, emperatriz consorte y Regente de España en las numerosas
ausencias de
Carlos V. Educado y criado, pues, para tal fin. De carácter
introvertido, indeciso, desconfiado, solitario, controlador exhaustivo,
tradicionalista (“sumo guardador de las tradiciones borgoñonas”),
“nunca- según nos dice Passuth- ha mandado al ejército,
su caballo no ha caracoleado nunca a lo largo de las filas de los soldados, ni
ha cruzado el acero con el Gran Visir de los moros (pág.234). Temido- añado yo- pero no querido por su pueblo . ‘’La muchedumbre le tenía miedo, le
reverenciaba y veía en él un mal necesario. Sin Felipe no había reino; cuando
muriese, surgiría un caos en España, un peligroso interregno. Él era el que
mantenía el mundo en un puño (...) Pero no le querían. Felipe no hacía lo más
mínimo para servir al pueblo más allá de lo indispensable para la salud del
alma y el bienestar corporal. Le veían raras veces. Y entonces pasaba junto a
ellos como una sombra solitaria y pétrea. No miraba ni a derecha ni a
izquierda, detrás de él no se tiraba dinero, su mano no se levantaba, y para
agradecer las exclamaciones, se limitaba a inclinar de vez en cuando la cabeza.
Tenía que sujetar el mundo entre las manos y no disponía de tiempo para hacerse
querer.”(pág.290)
Un rey Felipe al que “toda Europa conocía, que vivía en su
torre de marfil entre sacerdotes y papeles... que no sabía sonreír y que era
tan frío, que las palmeras se helaban en sus proximidades, al que sólo podían
calentar las llamas de las hogueras y que no conocía otra alegría que las
lamentaciones de los autos de fe. Así era como lo describía la fama…(págs.251 y 252). Porque “la Corte española era un mundo austero
de hombres que nada tenía en común con la atmósfera juguetona y enamoradiza de
otras Cortes” (pág.282).
En franco
contraste al concienzudo Felipe, Passuth nos describe a Juan de Austria “impulsivo y ardiente,
y ansia de aventuras” (pág. 231); personaje al cual dedicó muchos pasajes y capítulos de
su novela y especialmente la Tercera
Parte, bajo el sugerente título “Juan, el enviado de Dios”, capítulos XV al
XXVI. Personaje realmente novelesco,
cuya corta existencia, pues sólo vivió treinta y tres años, estuvo llena de
singularidades. Citaré algunas:
Su nombre de pila fue Jerónimo y se transformó en Juan por imperativo de Felipe II cuando cumpliendo la voluntad paterna lo reconoció como hermano de sangre,
era hijo natural ( un bastardo) del ya viejo Emperador Carlos V y “la cantarina y risueña Bárbara de Regensburgo”, la cual, según
narra Passuth, nunca se interesó ni
ocupó del hijo; para ella, al parecer, fue sólo un eficaz seguro de vida. El niño al nacer fue
entregado para su crianza a un tañedor de viola casado con una española.
Posteriormente, y en vistas de que el niño no era bien cuidado, el caballero Luis Quijada, mayordomo de Carlos V, se lo
llevó a su castillo en Villagarcía de Campos (Valladolid) y fue su esposa, doña Magdalena
de Ulloa, quien se hizo cargo de su educación y crianza. Allí, ignorantes todos de sus orígenes, salvo
Quijada, vivió como un muchacho más del
pueblo. Un pueblo que le miraba convencido de que era hijo bastardo del mayordomo imperial. Aunque su padre Carlos V lo había destinado para la vida religiosa, fue en el ámbito militar donde mostró sus excepcionales aptitudes
y muy joven alcanzó grandes triunfos (LasAlpujarras (Granada), Lepanto, Túnez…). fue también un gran conquistador de femeninos corazones.
El rey Felipe nunca llegó
a concederle la fijación de un rango,
Juan de Austria no fue “ni Príncipe ni un Infante de España, ni perteneciente a la Casa reinante”. (Pag.60).
El Rey jamás le ratificó públicamente dignidad alguna… Su
designación como capitán general de la Liga Santa por Pío V, hecho narrado en el cap.
XIX, pág. 270,- ya citado por mí- circunstancia de especial relevancia, no recibió
tratamiento o consideración pública alguna por el monarca español.
Después de la victoria de Lepanto, batalla en que la acción del Capitán General fue decisiva para la
victoria persiguiendo y abordando las
naves turcas en lucha cuerpo a cuerpo,
el Papa ofreció a Don Juan la corona de Argel, ofrecimiento desechado
por lealtad al Rey Felipe, quien siguió empecinado en no conferir rango
real alguno al héroe de Lepanto.
Se le ha tildado de tener una
desmesurada ambición por ser rey y tener su propia corona. Aspiración
que causó la desconfianza de Felipe II
hacia él, argumentación tan eficazmente utilizada por el maligno Antonio, que,
sin embargo, no es apoyada por la narración de Passuth. Para quien, según creo
tras la lectura de esta novela, el héroe de Lepanto fue, en suma, un célebre
caballero español, digno de elogio no sólo por su espíritu intrépido, su
gallardía, valentía y glorias
alcanzadas, sino también por su excepcional sumisión y lealtad, incondicional y
generosa al Rey, su hermano Felipe.
Seguidamente,
transcribiré algunos de los textos leídos que pienso apoyan lo que he dicho:
“…, en Túnez, no hubo ninguna resistencia; los hombres habían huido, ciudad y Reino se ofrecían al vencedor de Lepanto (…) La ciudad estaba muerta, sólo había viejos y mujeres (…) se presentaba un rico botín (…)el palacio de los reyes moros, sólo se encontraba habitado por un par de ancianos(…)querían entregar las llaves. Don Juan tomó en sus manos aquel símbolo espléndidamente forjado (…) – Las llaves os pertenecen a vos, señor Marqués- le dijo a Santa Cruz. Se las regalaba, como su padre le había regalado el escudo de armas, un poco conmovido, pero lleno de dignidad. Se dirigieron hacia Túnez (...) La ciudad estaba vacía (...)El saqueo empezó a primera hora de la mañana(...)los soldados podían hacer lo que quisiera menos derramar sangre, porque la ciudad se había entregado sin resistencia. La misericordia del Infante aseguraba la vida (…) Sobre la ciudad de Túnez Felipe le había escrito a don Juan:” Si llegase a caer en vuestro poder, arrasadla inmediatamente, para que deje de ser un nido de bandidos”. Porque la mayor parte de las cosas que ahora saqueaban allí habían sido antes de Occidente.” (pág. 322)
“Túnez era la recompensa que Felipe le ofrecía al hermano como compensación por la disolución de la Liga. Seguía sin ser “Infante de España! Y ya tampoco era generalísimo de las fuerzas combatientes del mar(…)el príncipe moro que se alzaba como pretendiente a la Corona, sería en Túnez gobernador representante de Felipe. El Padre Santo le había dicho a Juan de Soto:” Un hombre fue enviado, y su nombre fue Juan. Yo haré de ese hombre rey. Le ungiré como rey de Túnez en nombre del Señor, cuando conquiste esa ciudad y esa provincia de bárbaros”. Todo el mundo en Roma aclamaba a don Juan. Pero luego recibió cartas de Madrid. Cartas de Felipe. “Yo, el Rey…” Detrás instigaban enemigos (…)” (pág. 323)
Hablado ya sobre las diferencias o contrastes entre estos
históricos hermanos, toca hablar de lo
que fue lazo de unión o común a ambos. Y, en este punto, fue, sin lugar a
dudas, su fe en Dios. Hecho puesto de manifiesto por Passuth en los detalles
que nos describen los últimos días de su vida terrenal. La del rey larga, la
del militar corta. Ambas, empero, llenas de luces y de sombras; de hechos
gloriosos y de humanas vilezas. Pero a los dos
les fue concedida la gracia de tratar de conciliar su alma con Dios.
Conciliación, la del rey, en el monumental Monasterio de San Lorenzo del Escorial,
sujeto a su lecho de enfermo, en amplia
penitencia y devoción continua al Supremo Hacedor. La del hermano menor,
Jerónimo-Juan, en Namur, Flandes, en zona pantanosa, en improvisado lecho de
campaña.
Seguidamente, transcribo el pasaje de la muerte de Don Juan, pasaje que
me conmovió especialmente y donde creo están resumidas la visión del escritor
húngaro de las figuras de estos dos españoles universales, cuyas vidas y hechos
ha inmortalizado en su novela:
(…)El campamento estaba en las inmediaciones de Namur, en una zona pantanosa…la tierra olía a humedad y a moho. El cuerpo del enfermo iba consumiéndose y debilitándose…Tenía treinta y tres años de edad y comprendía que le llegaba el fin(…) El confesor preguntó si deseaba hacer testamento. Una sonrisa flotó en los labios de don juan. – Ya no poseo nada, padre mío. Y si algo poseyera, pertenece a mi señor y a mi Rey (…) os ruego que le digáis al Rey que mi único deseo es poder descansar en El Escorial junto a los restos de mi padre…en la misma capilla (…) si no puede ser así, si no se me puede admitir en la cripta de los reyes, que me lleven entonces al monasterio de la Bendita Señora, en la montaña de Montserrat (…) Ya no veo. Debajo de la almohada está mi devocionario…yo mismo he copiado todas las oraciones y cada día las leía en el libro (…) Tal como se las había dictado doña Magdalena y él las había escrito con grandes letras torpes, a la manera de los chiquillos(…)Como una inflexible y gran confesión pública sonaba la voz…leyendo del principio hasta el final aquel libro de oraciones que don Juan de Austria había llenado durante un cuarto de siglo…En el campamento de Namur tronaban los cañones(…)En el tronar de los cañones había nacido su gloria y de esa forma Jerónimo se había convertido en don Juan…al son de aquella música habían transcurrido los minutos más maravillosos de su vida. La Corona de Túnez, un beso de la triste María Estuardo…Coronas de emperadores, los barbudos príncipes de las tribus albanesas….Yacía sobre la estrecha cama de hierro (…) murmuró: - Tía…, querida tía. Fue lo último que escuchó el confesor…iba para doña Magdalena (…) En la mesa sin cepillar estaba la carta de Felipe, la última (…) tal vez Felipe hubiese podido enmendar todos sus yerros. Si la carta al enfermo hubiese comenzado.” A Juan, Su Alteza, Infante de España…” Pero la dirección estaba escrita por algún funcionario de la Cancillería, inflexible como siempre. Don Juan de Austria iba a su tumba sin rango y sin título, lo mismo que había venido a este mundo. (…) La carta de Felipe fue el único adorno, sujeta por el peso del Toisón de Oro.
Y para terminar este larguísimo comentario, citaré –tomadas de
Wikipedia- las numerosas obras literarias que la figura de don Juan de Austria
ha inspirado, muchas de autores extranjeros:
Un
personaje histórico con una vida de episodios tan novelescos, muerto además en plena
juventud, inevitablemente acaba convirtiéndose en figura literaria. De las
obras que lo toman como personaje cabe citar:
- Poema
épico Austríada, de Juan Rufo
- El
último cruzado: la vida de Don Juan de Austria, de Louis de
Wohl
- Jeromín, novela de
Luis Coloma
- Don Juan de Austria o La vocación, comedia de Mariano
José de Larra
- Poema
épico Lepanto, de G.
K. Chesterton,
traducido al español por Jorge
Luis Borges
- La
visita en el tiempo (1990) de Arturo
Uslar Pietri
(novela ganadora del Premio Rómulo Gallegos, 1992)
- Juan
de Austria, novela de una ambición, de Ángel Martínez Pons. Edhasa,
Barcelona, 2003
- El
señor natural,
del húngaro Laszlo Passuth. Editorial Áltera SL, 2005
- Yo,
Juan de Austria,
ficción autobiográfica de Joaquín Javaloys. Styria Ediciones, Barcelona,
2009.
- Juan
de Austria, héroe de leyenda, de Juan Manuel González Cremona.
Planeta, Barcelona, 1994.