viernes, 18 de octubre de 2013

Enrique VIII, de Félix Grayeff

Enrique VIII” de Félix Grayeff, (*) Círculo de Lectores, 1970, título del original “Heinrich der achte”, traducción Ediciones Cid, cubierta Izquierdo. Libro leído a mediados del 2008,  por vez segunda, que tenía pendiente de comentar.  Lectura que pienso no será la última. La primera fue en 1992, las conclusiones y enseñanzas sacadas entonces, según recogí en una nota, guardada en el propio libro, fueron las siguientes:
Enrique Tudor tuvo una formación humanística y teológica superior porque su familia lo destinaba,ya que era el segundo varón,  a la vida religiosa (Arzobispo de Canterbury). Formación de la que, al menos en sus inicios, niñez y juventud, hizo buena gala.  Imagen para mí totalmente novedosa del personaje y muy lejana, sin duda,   de la de concupiscencia o carnalidad que de él tenía, y con la que merecidamente, considero, ha pasado a la posteridad. Supongo que, como yo, son muchos los que cuando piensan en Enrique VIII, les viene la imagen de un más que robusto hombretón que hizo lo que le vino en su real gana (nunca tan bien dicho); y para ello burló divinas y humanas leyes. Personaje, sin embargo, que fue muy manipulado. Muchas de sus decisiones y acciones, o tal vez todas, fueron fruto del  manejo( utilización) que de su persona hicieron los distintos partidos que existían en su entorno y que buscaban, exclusivamente, su particular  beneficio propio y egoísta. Particularmente, me resultó deprimente, muy deprimente, conocer la total falta de escrúpulos, la exacerbada  inmoralidad de la élite inglesa, evidenciada por la retahíla de maldades e intrigas urdidas por lores y cortesanos, con el fin único de arrimar a su favor el ánimo real. Pero aún más deprimente me resultó constatar los perjuicios que para el bien general de un pueblo es tener un gobernante  movido, cual marioneta, por manos interesadas y ajenas al bien común.


La para mí mejor de las enseñanzas brindadas por esta lectura, fue comprobar cómo todo sinvergüenza, todo canalla, recibe, finalmente, según Justicia Divina, la proporcional retribución a su mal hacer.

oooOOOooo

Al presente, octubre de 2013, transcurridos más  de cinco años desde mi segunda lectura, mis conclusiones anteriores siguen vigentes, pero  la superior formación humanística y teológica del  protagonista, que antes me pasó desapercibida,  me obliga a una crítica superior con el personaje y su conducta, no sólo como esposo, sino como padre, como gobernante y también como simple ser humano, es decir, criatura de Dios, en cuya alma, conciencia, llevaba escritos los principios básicos para distinguir entre el bien y el mal. Dictados de los que, al parecer, Enrique VIII, hizo caso omiso y quedó, como merecía, como gobernante y ser cruel  y disoluto.



20 octubre de 2013: Tres son los libros leídos en el 2008 que están siendo objeto de mis  actuales comentarios; los cuales, casualmente,  tratan del siglo XVI y sus protagonistas son los personajes  europeos más relevantes del momento y lugar. Y aunque uno, “Señor Natural”, se refiere a España, entonces en su máximo apogeo con Felipe II(los Austrias) como rey, y los otros dos, ”La Reina Mártir” y “Enrique VIII”, respectivamente, referidos a Escocia( María,

los Estuardo) e Inglaterra( Enrique,  los Tudor), en los tres, salen a relucir las historias de Francia y de los Valois, de los Guisa y de los Médicis que allí y desde aquel reino maniobraban. La conclusión es deprimente pues en todos los tiempos y lugares las llamadas élites no tienen reparo o prejuicio moral alguno si se trata de acceder, controlar y/o repartirse el poder político –económico . ¡Qué gentecillas! 

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(*) 14 de julio 2014:  Al revisar y corregir algunas faltas de este comentario, me hubiera agradado poner fin al mismo,  añadiendo datos sobre el autor, pero, en mi breve búsqueda, sólo hallé una relación de sus obras en el idioma inglés. Según he podido apreciar los temas escogidos para sus obras son  biografías de reyes y santos, ética, judaísmo y refugiados judíos. Observo que en esa relación de sus obras, figura como más reciente, la escrita en 1986, titulada "Migrant scholar an autobiography"editada en Friburgo. 

martes, 15 de octubre de 2013

La Reina Mártir , continuación






El Padre Coloma pone epilogo a su obra contraponiendo el final de Isabel Tudor al de María Estuardo. Efectivo recurso para mostrarnos la personalidad real de cada uno de estos dos históricos personajes. La una, María, crecida, mayestática, vestida de rojo , tranquila por la esperanza de alcanzar la Infinita Misericordia de Dios. No había cumplido los cuarenta y cuatro años.



La otra, la maléfica y avara Isabel, vivió los últimos diez días de su vida sumida en un letargo. Tenía setenta años. Pero qué mejor que las propias palabras del Padre Coloma para describirnos el final de esta mujer :

“Sobrevivió Isabel a María Estuardo poco más de trece años, y durante ellos vio la bastarda halagada su soberbia con el engrandecimiento de Inglaterra, y saciadas sus pasiones con la larga serie de favoritos que, sin disputas ni controversias, le señala la historia: Leicester, Flatton, Walter Raleigh, Pickering, Carlos Blount y el conde de Essex Roberto Devreux

(...)firmó la sentencia de muerte, y el hermoso favorito fue decapitado en la Torre de Londres, a los treinta y cinco años, el 25 de febrero de 1601.

Desde entonces, poseída Isabel de mortal tristeza, arrastrose más bien que vivió, por todos sus palacios, sin permanecer más de un mes en ninguno, y ni volvió a prestar atención seria a los negocios, ni hubo para ella placer ni distracción alguna. Sombría y más feroz e irritable que nunca, veíasela vagar sola por lugares apartados, y encontrábasela a menudo derramando copiosas lágrimas. Decayeron sus fuerzas visiblemente al cumplir los setenta años, y a principios de febrero de 1603, trasladose de Westminster al castillo de Richmond, que era una de sus residencias favoritas.”

“(...)no volvió a separarse del tapiz en que se había echado. Trajéronle unos cojines, y en ellos se reclinó, y pasados los primeros transportes de ira y de rabia, quedose allí mismo, inmóvil y silenciosa, poseída de esa sombría desesperación que infunde en los ánimos soberbios el pensamiento fijo y constante de las cosas que pudieron ser y por nuestra culpa no fueron, y que ya no tienen remedio.

Diez días y diez noches pasó en aquel mismo sitio, como idiota, sin pronunciar palabra ni variar de postura, chupándose, sin cesar, un dedo de la mano izquierda, siempre el mismo, con los ojos desencajados y fijos en el suelo. A veces daba gritos por el ardor horrible de estómago que la atormentaba; mas rechazaba también los alimentos, y sólo bebía, de vez en cuando, con dolorosa ansia, algunos sorbos de agua pura. Veíasela morir, y rodeábanla sus damas, aterradas sin osar acercársele mucho, temiendo los ímpetus de sus terribles iras, como se teme la proximidad de una pantera enferma, mientras puede extender la potente zarpa. Acercósele el arzobispo hereje de Cantorbery para exhortarla a implorar la misericordia divina; y la Reina movió por dos veces la cabeza, y balbuceó otras tantas, sin sacarse el dedo de la boca:

-¡Ya hago!... ¡Ya hago!...

Y sin una palabra de arrepentimiento, ni de perdón que pidiese, ni de consuelo que le fuera menester, se apagó su existencia lentamente, en aquella misma postura, al amanecer del jueves 24 de marzo.

Así murió Isabel, y así cayó su negra alma en lo eterno, (...)


viernes, 11 de octubre de 2013

Adriana, Vida de Madame de La Fayette", de André Maurois

“Adriana, Vida de Madame de La Fayette”, de André Maurois, editada por Círculo de Lectores, año 1960, con nota preliminar del autor y traducción de Alfredo Darnell. 
Una documentada biografía de la esposa del histórico político francés. Un libro grueso, en cuyas páginas son reproducidos muchos documentos y cartas de la familia Lafayette,  hallados en una estancia del palacete en el que el histórico personaje vivió sus últimos años. Estancia que, curiosamente,  permaneció cerrada y conservada tal como la dejara Lafayette.
Transcribo nota  de André Maurois a este respecto:
 
“En la vida de un escritor, y especialmente en la de un biógrafo, se dan casualidades y azares felices. Nunca formé el proyecto de escribir una vida de Adriana de La Fayette. Yo conocía bastante bien la del héroe de la independencia americana, pero ignoraba que su mujer fuera una de las figuras más emocionantes de la historia. Por otra parte no creía que fuera posible, después de tantos investigadores, encontrar sobre La Fayette y su tiempo dos prodigiosas colecciones de documentos inéditos. Ha sido preciso, para que este libro fuera escrito, una asombrosa serie de hallazgos y de acontecimientos.
 La Fayette, al regresar a Francia después de la Revolución, se instaló en el castillo de La Grange-Bléneau, en Brie. Este dominio había pertenecido a la duquesa de Noailles, madre de Adriana, guillotinada durante el terror. En el momento de la muerte de La Fayette (1834) contenía los más valiosos archivos, no sólo sobre el período posterior a 1800, sino sobre el antiguo régimen, la guerra de la Independencia y la Revolución Francesa. He aquí cómo se explica esta milagrosa conservación de todo cuanto la tormenta hubiera podido dispersar.
                                                                                                       André Maurois”


El autor, André Maurois, es un reconocido escritor francés de origen judío alsaciano, famoso por su erudición y por sus otras muchas obras y biografías de personajes históricos. 

Hablaré sólo de aquellos aspectos  que más me impactaron:
* Hallé enorme contraste entre la imagen  pública  por su  participación en la historia, tanto de Francia como en la de los EEUU, con   la del Lafayette, padre y esposo, a mi modesto parecer, la de un ser egocéntrico,  egoísta e inútil hombre de la casa, ámbito en donde no era nadie sin  la esposa. Me pareció, en suma,  un indolente consentido.
* La muy injusta, aunque tradicional, falta de reconocimiento público del papel básico jugado  por algunas mujeres, sin cuya concurrencia, prestigiosos personajes no hubieran podido alcanzar los puestos ni las metas históricas que les han inmortalizado. En el caso concreto del matrimonio Lafayette, tenemos un digno ejemplo.

*  Del  empleo de  similares modos y comportamientos de  las élites  de cualquier sociedad, para concentrar el poder entre sus miembros y, así, acrecentar, si cabe, sus ya grandes fortunas personales e influencias. Pues si rico era Lafayette,  la familia de la que procedía Adriana(Duques de Noailles), era aún más rica y de mayor prestigio;  los casaron cuando ambos eran unos adolescentes, casi niños. Práctica, por otra parte, habitual.

El favoritismo de las leyes, en cuanto a  legados y herencias,  primando a los herederos masculinos  sobre los femeninos.

Adriana, resumiendo,  según se infiere por lo contado por Maurois , fue una gran mujer, fiel , amorosa, sacrificada  y abnegada esposa , cuya valentía y defensa a ultranza de los suyos, (padres, marido, hijos, nietos…) fue una constante en su vida. 

A modo de ejemplo,  detallaré , según creo, uno de los más significativos hechos de la vida de esta mujer, conocida sólo por haber sido la esposa del egotista Marqués de Lafayette, y, en ocasiones,  hasta confundida con la célebre  Mme. de Lafayette, la autora de “La Princesa de Cleves” pariente del marqués.
El hecho al que aludo fue su voluntario traslado a la prisión donde estaba su marido cuando los austríacos lo detuvieron (1). Allí se fueron  ella y  una de sus hijas, a fin de aliviar las duras condiciones de la prisión del marido. Duras condiciones que hicieron mella en su salud y fueron la causa de su muerte. 

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(1)  Este singular hecho de que la esposa, acompañada incluso por sus hijos, decida compartir la prisión del marido y padre, lo leí referido a la esposa del gran felón Antonio Pérez, el secretario de Felipe II. En aquel caso y también en este de Lafayette y esposa, la aceptación del marido y padre de tal sacrificio me parece una muestra más,  irrefutable, del calibre personal del sujeto en cuestión. “Primero yo, segundo yo,…y, siempre yo”