viernes, 15 de noviembre de 2013

La maledicencia, de P. Luis Coloma

Pinceladas del Natural” del Padre Luis Coloma, Tomo III, Octava Edición, Bilbao, 1920. El libro comprende diez narraciones breves del jesuita español, miembro de la Real Academia Española de la lengua, Padre Coloma, el creador del Ratoncito Pérez, el que deja una moneda o un regalito debajo de la almohada cuando los peques de la casa pierden alguno de sus dientecitos de leche. Supongo que muchos como yo,  de los más mayores, sabe que el singular Ratón Pérez fue creado para el entonces niño de ocho años, Alfonso XIII. Su lectura fue en el 2009, o sea, hace cuatro años. Recuerdo, no obstante, como denominador común a todas estas narraciones, el tono edificante, la religiosidad y fe en Dios y en su Providencia, el conocimiento y cita constante y variada de los clásicos de la Literatura Universal y también que los personajes protagonistas, en su mayoría,  pertenecen a la clase alta o pudiente. Al presente, sin embargo, sólo me atrevo a escribir acerca de dos de aquellas narraciones, cuyo argumento quedó  grabado en mi recuerdo. Estas dos narraciones son: “¡Era un santo!” y “La maledicencia”.  El título de esta última ya nos está diciendo de que va la historia, o sea, de cuando alguno o alguna se dedica a la propagación de hechos  que difaman, desprestigian, al prójimo. Hechos que, además, no hay certeza de su veracidad, pero si la seguridad de que su conocimiento por los otros dañará la reputación del protagonista.

Buscando en la Red un enlace con la definición del término maledicencia, hallé una entrada del blog de José Miguel Arráiz en que trata este pecado de la lengua, cuya lectura recomiendo; entrada de la que copio y pego algunos de los párrafos más significativos:



Uno de los pecados de la lengua es la maledicencia, el cual no solo afecta la sociedad en general, sino también a todos los que profesamos la fe ...El diccionario de la Real Academia Española define la palabra maledicencia como la acción o hábito de hablar con mordacidad en perjuicio de alguien, denigrándolo. El Catecismo es aún más preciso y define como maledicencia cuando, sin razón objetivamente válida, se manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran. (...)no quiere decir que es un deber cristiano ocultar los defectos del prójimo (o lo que consideramos tales), pero si evitar manifestarlos a otros cuando no hay una razón válida para ello(…)Muchas son las razones por las que somos impulsados a caer en la maledicencia, pero se puede decir que una de las principales es la envidia o el rencor. (...)Entre otras razones (...) está la superficialidad, las habladurías, la costumbre de contar chismes. (...) la persona se habitúa a criticar y a hacer resaltar los defectos aparentes o reales del prójimo. Este tipo de maledicencia es particularmente peligrosa porque hace propenso a la persona que la practica a caer en otros pecados de la lengua como el juicio temerario o la calumnia. El juicio temerario es aquel que, incluso tácitamente, admite como verdadero, sin fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo; la calumnia es  aquella que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto a ellos. Cuando nos hacemos eco de rumores o acusaciones infundadas sobre el prójimo, corremos riesgo de hacernos cómplices también de juicio temerario y de calumnia. EL hecho mismo de comentar estas acusaciones con personas que las ignoran nos hace instrumento y colaborador del originario de la calumnia.
No es lícita moralmente la maledicencia ni siquiera para hacer referencia a personalidades públicas (...) hay que distinguir entre la opinión personal privada sobre alguien, y la manifestación en público de dichas opiniones y las consecuencias que pueden tener en la reputación ajena.(…)Es aquí donde también es importante distinguir entre la libertad legal para criticar incluso en forma destructiva al prójimo (e incluso respecto a esto la libertad de expresión tiene sus límites), y la libertad moral para hacerlo. Los cristianos no somos libres moralmente de caer en maledicencia, y en el caso de personalidades públicas la materia grave del objeto del acto moral puede ser mayor, porque afecta su imagen respecto a un mayor número de personas.
Las faltas contra la reputación del prójimo deben ser reparadas. A este respecto dice el Catecismo:Toda falta cometida contra la justicia y la verdad entraña el deber de reparación aunque su autor haya sido perdonado.( …) reparar un daño públicamente, (…)si el que ha sufrido un perjuicio no puede ser indemnizado directamente, es preciso darle satisfacción moralmente , en nombre de la caridad. Este deber de reparación concierne también a las faltas cometidas contra la reputación del prójimo. Esta reparación, moral y a veces material, debe apreciarse según la medida del daño causado. Obliga en conciencia” CEC 2847.


Bueno, como se puede leer,  nada he hablado de la historia contada por el Padre Coloma, pero sí de la maledicencia, ese “pecado de la lengua”,  hoy- desgraciadamente-  tan al uso y cuya eficacia destructiva, si cabe, ha aumentado con el mal empleo de las modernas técnicas de comunicación  como  twitters,  las cadenas de correos electrónicos y los whatsapps. Particularmente, en alguna que otra ocasión,  ante la gravedad de lo contado( al menos a mí me lo parecía) sobre alguna personalidad pública o hecho histórico, y habiendo optado  por verificar su veracidad , descubrí que entre lo allí dicho y la realidad había un largo, tortuoso  y estrecho camino, es decir, medias verdades, afirmaciones falsas de, o,  sobre personajes famosos, hechos, etc.,  que posteriormente había sido demostrada su falsedad, desmentidos los hechos o rectificadas las afirmaciones allí vertidas. Pero, el objetivo estaba alcanzado, la maledicencia ya había actuado, sembrando dudas en algunos casos y en los muchos manchando para siempre el honor y la reputación de la víctima del infundio.  Ya se sabe lo que dice el dicho, “difama que algo queda”.


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