Los Hermanos Karamasof, de Fedor Dostoyevsky. Editorial Tor, 1936 (Argentina), Biblioteca Las Obras Famosas, Traducción de J. Zamacois.
Libro viejo, de amarillas hojas, que tengo
desde hace muchísimos años. Cuando lo leí por primera vez, hace ya mucho tiempo,
me gustó. Ahora no, desde sus inicios,
el ambiente social allí descrito me ha resultado poco natural y de enormes contrastes,
unido a las muchas páginas destinadas a reflexiones y juicios en materia
seudo filosófica y religiosa, de tediosa
lectura.
De Dostoyevsky he leído otra de sus
grandes obras, “Crimen y castigo”. Ambas
ficciones son siniestras y los tipos humanos allí encarnados, en su mayoría, complejos
y dominados por las bajas pasiones. Sin duda, muy parecidos a los de nuestra
realidad inmediata, pero representativos de patrones humanos y de situaciones tan dramáticas
que me acongojan. Aspectos y
figuras, por otra parte, que el escritor ruso, uno de los grandes de la
Literatura Universal, tomó de la realidad que le tocó vivir, una muy dura
realidad. Como, a modo de ejemplo, la epilepsia, Dostoyevsky era epiléptico,
tuvo un padre alcohólico que él deseó muriera, y, buena parte de su vida,
estuvo acosado por sus acreedores.
La
novela fue publicada en 1879, está
ambientada en la Rusia de los zares de la primera mitad del siglo XIX. Tiene como personajes principales a tres
jóvenes hermanos, Demetrio (Mitia),
Iván y Alejo (Aliosha), hijos de un indolente padre, Fedor Paulovitch Karamasof, ser egoísta, avaro y lujurioso, que no
ha tenido nunca la menor consideración hacia sus hijos. Ni a ellos,
aclaro, ni a nadie, pues es un ser malévolo. Un labrador
enriquecido gracias a la dote de su primera esposa, la madre de Mitia. “Había empezado
sus negocios sin dinero alguno, y al morir se encontraron en su casa más de
cien mil rublos”.
En la novela es descrito así: “Era uno de esos hombres
que, a sus perversos instintos, unen una mente desordenada, incapaz de
coherencia alguna para nada que no sea aumentar su hacienda, sin reparar en los
medios”. ¡Un maléfico ejemplar de persona, y peor padre! No tiene instinto alguno en este
sentido y sus hijos, huérfanos de madre desde la niñez, se han criado conscientes
de su maldad y de sus vicios. La casa de los Karamasof no es un hogar, nunca lo
fue para los hermanos.
Mitia, el mayor de los hijos y eje
de la tragedia familiar es descrito como de temperamento apasionado e
impulsivo. Iván, de apariencia muy racional y frío, esconde una personalidad patológica. Y en cuanto al más pequeño, “Aliosha”
es el más hermoso de estos tres personajes. Un novicio que ha
tenido la suerte de caer bajo la protección y guía espiritual de un
venerable monje, el padre Zossima. Un carismático religioso, deshacedor de
entuertos y sanador de almas y cuerpos. El personaje de Zossima, según leí en
una de las biografías del autor, está tomado de la realidad.
Y otra figura crucial en esta historia es
Smerdiakof, el criado
joven de la casa, descrito como un ser sórdido y enclenque, aquejado de ataques epilépticos. Personificación
tan odiosa como la del viejo Karamasof.
Catalina y Grusegnka, las dos principales
figuras femeninas, las he hallado, tanto la una como la otra, poco naturales.
Con unas historias y enredos personales muy artificiosos. Puede que en aquel
entonces y en la Rusia del XIX, se dieran tal como los dibuja el escritor
ruso en su novela, pero ahora y en estos lares, quedan alejados de la
realidad.
En resumen, la novela me ha parecido un
dramón de pesarosa lectura. Son muchos los escenarios en los que
predominan las marcadas diferencias sociales entre las clases ricas y las
modestas o pobres, o la exacerbada religiosidad de algunos enfrentada a la
irreverente actitud de otros, así como el desenfreno o liviandad de
muchos de los personajes, y en suma, un deprimente panorama, al menos
para mí gusto.
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