Hoy comentaré otro de los libros
leídos en 2008, “La Reina Mártir”, biografía
novelada de María Estuardo, subtitulada por su autor como“ Apuntes históricos del siglo XVI”,
quien se basó en la “Historia del cisma de Inglaterra”, del
P. Ribadeneyra . La novela se publicó en 1898, y su autor fue el jesuita y
miembro de la Real Academia Española, PadreLuis Coloma,( el creador del Ratoncito Pérez) Editorial Razón y Fe, 4ª edición, 1948, Colección
Obras Completas, Tomo XI.
Comentar este libro, después de transcurridos tantos años
desde su lectura, me va a costar mucho. Lo intentaré. Para ello comenzaré
por dar cómo se define a un
“mártir”. Según el Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. © 2007 tres son las acepciones: 1 “Persona que ha muerto, especialmente padeciendo torturas o con gran
sufrimiento, por defender una religión o simplemente por pertenecer a ella.”
2 “ Persona que es criticada, marginada e
incluso perseguida por sus ideas o creencias.”
3 “ Persona que padece sufrimientos o
injusticias y que los lleva con resignación”. Cualquiera, pues, de estas definiciones puede
aplicarse a María Estuardo.
La novela es una obra muy
documentada. Numerosos son los textos transcritos de la correspondencia cruzada por esta infortunada mujer con
muchos de los personajes relevantes de aquella época, el siglo XVI. Entre ellas
Felipe II e Isabel I, de Inglaterra.Tras su lectura pienso, resumiendo, que si como
mujer, como madre y como gobernante, fueron muchos sus yerros; el descrédito,
las humillaciones, las mentiras, las difamaciones, así como la prisión e injustas sentencias por apañados
juicios, soportados por esta mujer fueron superiores, pero muy superiores a los
de cualquier común mortal. Y la fuerza, entereza y valor demostrados por ella
son difíciles de explicar sin la gracia de Dios. Reproduciré algunos trozos de
los dos últimos capítulos, XIX y XX. Capítulos que me resultaron muy
conmovedores:
XIX
“… Escuchole la Reina sin turbarse
en lo más mínimo, y de igual modo oyó el decreto de muerte leído a continuación
por Roberto Beale. Santiguose sosegadamente al terminar la lectura, y dijo,
cruzando las manos: ¡Bendito sea Dios, por la nueva que nos dais!(…) -No
podemos recibir mejor noticia -añadió- que la que nos anuncia el término de
nuestras desdichas, y la gracia que nos
hace Dios de morir por la gloria de su nombre y de su Santa Iglesia Católica,
Apostólica y Romana... No esperábamos fin tan dichoso después de los tratos que
hemos sufrido en este país, y los peligros a que nos han expuesto durante
diecinueve años, a Nos, nacida reina, hija de rey, nieta de Enrique VII,
sobrina de la reina de Inglaterra, reina viuda de Francia y princesa libre que
no reconoce en el mundo más superior que Dios. Y levantando la voz con
grande dignidad y firmeza, protestó de nuevo contra la acusación de haber
conspirado contra la vida de Isabel, y con gran vehemencia y movimiento
espontáneo salido del alma, puso
entonces la mano sobre un libro de los Evangelios que sobre la mesa había,
y dijo con toda la majestad de la reina que se siente ultrajada, y toda la
solemnidad de la cristiana próxima a morir:-¡Juro
no haber conspirado nunca, ni permitido que nadie conspirase, contra la vida de
la reina de Inglaterra!(…) la Reina pidió entonces que la volviesen su
capellán, preso allí mismo en el castillo. Negáronselo los condes, y tornaron a
ofrecerle el mismo hereje que ellos traían, que era el deán de Petersboroug.
-No es eso lo que queremos ni lo
que hemos menester -replicó entonces la Reina con gran firmeza-. Yo soy católica, y católica tengo de morir,
y por ser católica muero, y téngolo por muy gran merced de Dios. Sin sacerdote
me favorecerá mi Dios, que me ve mi buen deseo, y sin los medios ordinarios
puede salvar y salva las ánimas que Él mismo con su sangre compró.(…) Mandó
entonces adelantar la hora de la cena, a fin de tener toda la noche para
escribir y para orar, y mientras la aparejaban, púsose ella a su mesa, y
escribió a su capellán la siguiente carta, cuyo original tuvo el P. Rivadeneira
meses después en sus manos, y lo besó como a una reliquia, y lo copió y tradujo
al castellano de la siguiente manera:
«Yo he sido muy combatida y tentada de los herejes contra mi religión,
para que recibiese consuelo por su mano dellos. Vos sabréis de otros que, a lo
menos, yo he hecho fielmente protestación de mi fe, en la cual quiero morir. Yo
he procurado de haberos y pedídoos para confesarme y recibir el Santo
Sacramento. Hánmelo negado cruelmente, como también que mi cuerpo sea llevado
desta tierra, y de poder estar libremente y de escribir, si no es por mano
dellos y con voluntad de su señora. Y así, faltándome el aparejo, yo confieso
humildemente, con gran dolor y arrepentimiento, todos mis pecados en general,
como lo hiciera en particular, si pudiese; yo os ruego que esta noche queráis
velar y orar conmigo, y en satisfacción de mis pecados, y de enviarme vuestra
bendición. Avisadme por escrito las oraciones más propias y particulares que
debo hacer esta noche y en la mañana, y todo lo demás que os pareciese que me
puede ayudar para mi salvación. El tiempo es corto y no puedo escribir más».
(…)Allí escribió de nuevo su
testamento, todo de su puño y letra, y otras varias cartas, entre ellas una a
Enrique III, pidiéndole, por caridad, que pagase las mandas que dejaba a sus
servidores más pobres. (…). «Siempre me habéis amado, -le decía-, y por eso os pido, por caridad, que me lo
mostréis por vez postrera, dándome el consuelo de recompensar a mis pobres y
afligidos criados, y de hacer sufragios por el alma de esta pobre Reina, que se
ha llamado como vos, Reina Cristianísima de Francia, y muere católica y
desprovista de toda clase de bienes».(…)
XX
(…Bajó la Reina la escalera con harto trabajo, y encontró,
al pie de ella, a su fiel mayordomo Melvil, al cual habían sacado de su
encierro para que pudiese darle el adiós postrero. Arrojose el anciano a sus
pies, llorando amargamente al verla venir en aquella guisa, y la Reina le
abrazó con gran serenidad, y le dijo, tuteándole por primera vez en la vida:
-No llores, mi buen Melvil; regocíjate más bien, porque
María Estuardo ha llegado ya al término de sus desdichas... Harto sabes que
este mundo no es sino vanidad, turbación y miseria... Di a todo el mundo que muero firme en mi religión; verdadera católica,
verdadera escocesa, verdadera francesa... Perdone Dios a los que desean mi
muerte, y Él, que ve los pensamientos secretos de los hombres, sabe que siempre
he deseado la unión de Escocia y de Inglaterra)
«¡Milores!... Creo
que entre tantos que aquí estáis presentes, y veis este espectáculo lastimoso
de una Reina de Francia y de Escocia, y heredera del trono de Inglaterra, habrá
alguno que tenga compasión de mí y llore este triste suceso, y dé verdadera
razón a los ausentes de lo que aquí pasa. Aquí me han traído, siendo Reina
ungida y soberana señora, y no sujeta a las leyes de este reino, para darme la
muerte, porque, siendo Reina, me fié de la fe y palabra de otra Reina, que es
mi tía. De dos delitos me acusan, que son: el haber tratado de la muerte de la
Reina, y haber procurado mi libertad. Mas por el paso en que estoy, y por aquel
Señor que es Rey de los reyes y Supremo Juez de los vivos y de los muertos, que
lo primero me levantan, y que ni ahora ni en algún tiempo jamás traté de la
muerte de la Reina... Mi libertad he procurado, y no veo que el procurarla sea
crimen, pues soy libre y reina y soberana señora. Pero, pues Dios Nuestro Señor
quiere que con esta muerte yo pague los pecados de mi vida, que son muchos y
muy graves, y que muera porque soy católica, y que con mi ejemplo aprendan los
hombres en qué paran los cetros y grandezas de este mundo, y entiendan bien
cuán espantosa cosa es la herejía, yo acepto la muerte de muy buena voluntad,
como enviada de la mano de tan buen Señor, y ruego a todos los que aquí estáis
y sois católicos, que roguéis a Dios por mí, y que me seáis testigos de esta
verdad, que muero en la comunión de la fe católica, apostólica y romana».
