“- ¿Por qué todo el mundo, en esta República, se vanagloriaba de la antigüedad de sus linajes? ¿No eran todos parientes allí? Los hombres y las mujeres de la alta sociedad romana eran cuñados entre sí, cuando no antiguos esposos divorciados y vueltos a casar con otras mujeres, de acuerdo con sus intereses políticos. No era, pues, la inmoralidad de esta sociedad lo que asombraba a la reina, un año después de su llegada a Roma; era que las historias de amor giraban alrededor del dinero, y las de los divorcios alrededor de la política.
- Fulvia, …, se había casado ya con tres libertinos, y era madre de cuatro hijos de tales uniones, aunque solo contaba veinticinco años. La alta sociedad romana se preguntaba cuál de sus dos primeros esposos había sido el más vicioso. De todos modos, Curio, el amigo íntimo de Antonio, había perdido por culpa del segundo una fortuna, y luego su mujer. Pero Antonio no se había casado con Fulvia hasta que el tercero de aquellos ilustres borrachos -Dolabella- le había quitado su propia esposa. Todas estas historias tenían en Roma enormes consecuencias porque, una vez aliado a tal o cual familia, se llegaba fácilmente a edil y hasta a cónsul; y, en cambio, una vez divorciado o engañado, se votaba contra el enemigo.
- Cuanto más ahondaba Cleopatra en la vida de las facciones romanas, tanto más despreciaba el origen de un poder que se edificaba con papeletas del voto y que podía comprarse con una serie de herencias, matrimonios, divorcios o adopciones."
Pero no es la descripción de lo que sucedía en la Roma antigua lo que ha llamado mi atención, sino que, aquí, en Cataluña(España), siglo XXI, la élite, como entonces en Roma, esté toda emparentada bien por vínculos de sangre, o por vínculos matrimoniales o de negocios comunes. Uniones o rupturas, teóricamente familiares, que en la Roma Antigua conllevaban un cambio en los votos y apoyos en el Senado y consecuentemente en su mapa político. En este aspecto parece que nuestra élite catalana, los mismos nombres, los mismos apellidos, aprendió la lección y ha sabido mantenerse incólume en lo más alto de los distintos estamentos de poder de la sociedad. Como demostración de mi afirmación me remito al libro o más bien estudio, tantas veces citado por mí, L’Oasi Catalá, de los periodistas catalanes, Pere Cullell y Andreu Farràs.
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