martes, 15 de octubre de 2013

La Reina Mártir , continuación






El Padre Coloma pone epilogo a su obra contraponiendo el final de Isabel Tudor al de María Estuardo. Efectivo recurso para mostrarnos la personalidad real de cada uno de estos dos históricos personajes. La una, María, crecida, mayestática, vestida de rojo , tranquila por la esperanza de alcanzar la Infinita Misericordia de Dios. No había cumplido los cuarenta y cuatro años.



La otra, la maléfica y avara Isabel, vivió los últimos diez días de su vida sumida en un letargo. Tenía setenta años. Pero qué mejor que las propias palabras del Padre Coloma para describirnos el final de esta mujer :

“Sobrevivió Isabel a María Estuardo poco más de trece años, y durante ellos vio la bastarda halagada su soberbia con el engrandecimiento de Inglaterra, y saciadas sus pasiones con la larga serie de favoritos que, sin disputas ni controversias, le señala la historia: Leicester, Flatton, Walter Raleigh, Pickering, Carlos Blount y el conde de Essex Roberto Devreux

(...)firmó la sentencia de muerte, y el hermoso favorito fue decapitado en la Torre de Londres, a los treinta y cinco años, el 25 de febrero de 1601.

Desde entonces, poseída Isabel de mortal tristeza, arrastrose más bien que vivió, por todos sus palacios, sin permanecer más de un mes en ninguno, y ni volvió a prestar atención seria a los negocios, ni hubo para ella placer ni distracción alguna. Sombría y más feroz e irritable que nunca, veíasela vagar sola por lugares apartados, y encontrábasela a menudo derramando copiosas lágrimas. Decayeron sus fuerzas visiblemente al cumplir los setenta años, y a principios de febrero de 1603, trasladose de Westminster al castillo de Richmond, que era una de sus residencias favoritas.”

“(...)no volvió a separarse del tapiz en que se había echado. Trajéronle unos cojines, y en ellos se reclinó, y pasados los primeros transportes de ira y de rabia, quedose allí mismo, inmóvil y silenciosa, poseída de esa sombría desesperación que infunde en los ánimos soberbios el pensamiento fijo y constante de las cosas que pudieron ser y por nuestra culpa no fueron, y que ya no tienen remedio.

Diez días y diez noches pasó en aquel mismo sitio, como idiota, sin pronunciar palabra ni variar de postura, chupándose, sin cesar, un dedo de la mano izquierda, siempre el mismo, con los ojos desencajados y fijos en el suelo. A veces daba gritos por el ardor horrible de estómago que la atormentaba; mas rechazaba también los alimentos, y sólo bebía, de vez en cuando, con dolorosa ansia, algunos sorbos de agua pura. Veíasela morir, y rodeábanla sus damas, aterradas sin osar acercársele mucho, temiendo los ímpetus de sus terribles iras, como se teme la proximidad de una pantera enferma, mientras puede extender la potente zarpa. Acercósele el arzobispo hereje de Cantorbery para exhortarla a implorar la misericordia divina; y la Reina movió por dos veces la cabeza, y balbuceó otras tantas, sin sacarse el dedo de la boca:

-¡Ya hago!... ¡Ya hago!...

Y sin una palabra de arrepentimiento, ni de perdón que pidiese, ni de consuelo que le fuera menester, se apagó su existencia lentamente, en aquella misma postura, al amanecer del jueves 24 de marzo.

Así murió Isabel, y así cayó su negra alma en lo eterno, (...)