domingo, 29 de diciembre de 2013

Rumbo a La Habana ( y 2)

Continuación:

Esta entretenida novela es testimonio, según creo, de la realidad social cubana de las primeras décadas del pasado siglo.   

Panorama, por cierto, nada deseable,   en el que  una  mayoría de las gentes del lugar vivía en condiciones precarias y al servicio de extranjeros; que   son los que realmente  mandaban, con sus   tinglados y negocios, muchos de ellos sucios, a la búsqueda de ganancias fáciles.  Atraídos allí por  la laxitud de las leyes promovidas por instituciones y gobernantes corruptos. Los cuales pululaban a  sus anchas entremezclados con las llamadas élites de aquella sociedad. Con, obviamente, las mismas prácticas e iguales métodos que estas categorías sociales emplean en todos los tiempos y en cualquier lugar del mundo, es decir:  Fuertes vinculaciones entre ellos por razón de matrimonios, de parentesco,  profesionales o empresariales. El nepotismo y la  concentración de privilegios, en todos los ámbitos de influencia, desde el político al cultural. Practicantes empedernidos de la doble moral, o sea, rígidos con los demás y laxos hasta el infinito consigo mismos, etc. etc.  Todas estas características están encarnadas, según creo, en la figura del Príncipe Cravelli.


El personaje de “La Cubana”, eje de la trama, es una muy atractiva y sensual mujer, que se halla en el punto más alto de su carrera de bailarina de danza española, y goza de merecida fama .

El protagonista e hilo conductor de la novela es Brodie. Un joven culturalmente "mestizo",  de padre inglés y madre aristócrata italiana. Personaje  a través del cual  conocemos las historias y los  perfiles del resto de las figuras de la novela. Así como las características, las tradiciones, los entramados de poder y demás circunstancias de la sociedad cubana del momento allí descritas.






Cierro este comentario con la figura del lector en las fábricas de tabaco. Una particularidad exclusiva de aquel país, Cuba, cuando no había radios, ni obviamente televisiones, y que consistía en que una persona situada en lugar donde todos, preciso, más bien todas las trabajadoras manuales de las fábricas de escogida y despalillo de tabacos eran entretenidas y mantenidas en silencio, mientras escuchaban la lectura de alguna de las obras cumbres de la Literatura Universal. Particularidad sobre la cual no hace mucho tuve ocasión de leer, en el discurso que la recientemente desaparecida Doris Lessing pronunció cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias

Discurso del cual  transcribo (corto y pego) el párrafo alusivo al lector de las fábricas de tabacos:

En Gran Bretaña, hasta hace poco, los sindicatos y movimientos obreros luchaban por tener bibliotecas, y quizás el mejor ejemplo del omnipresente amor a la lectura es el de los trabajadores de las fábricas de tabaco y cigarros de Cuba, cuyos sindicatos exigían que se leyera a los trabajadores mientras realizaban su labor. Los mismos trabajadores escogían los textos, e incluían la política y la historia, las novelas y la poesía. Uno de sus libros favoritos era El Conde de Montecristo. Un grupo de trabajadores escribió a Dumas pidiendo permiso para emplear el nombre de su héroe en uno de los cigarros.”

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