lunes, 17 de marzo de 2008

La vida del buscón... (El pan cotidiano), de Francisco de Quevedo, diciembre, 2006

El hambre que en aquellos tiempos pasaba la mayoría de la gente, es una constante presente en casi todos los capítulos . Muchos de los episodios, especialmente el dedicado al pupilaje en Segovia, las anécdotas allí relatadas giran en torno a la vital necesidad de comer, es decir, de alimentarse; que, por lo que allí se lee, en aquellos tiempos no era cosa fácil y, mucho menos común, sino un privilegio de pocos. De entonces a hoy han cambiado mucho las tornas. Pienso que si hoy alguien pretendiera hacer una versión actualizada de la vida de un vividor de nuestros tiempos, en lugar de tantos personajes flacuchos y hambrientos, los tipos humanos descritos, así como sus correrías y pendencias o buscas, irían por derroteros bien distintos a los descritos en la universal obra de Quevedo.

Cuando se habla de la estancia del protagonista como criado y acompañante de otro pupilo, en un internado en Segovia, en ese capítulo, y que conste que lo considero uno de los mejores de la primera parte, desde el principio a su fin, todo corre exclusivamente en torno al tema del pan cotidiano. ¡Qué lejos estamos hoy de aquellos jovenzuelos desesperados que se pelean por un pellejo o por un garbanzo negro, que luego resulta ser una cuenta de un rosario!

En contraposición a lo que nos cuenta Quevedo en su novela, pienso que los problemas que tenemos hoy, en torno a la alimentación, en las modernas y opulentas sociedades occidentales, son los producidos más bien por los excesos; es decir, por la en ocasiones mucha y mala alimentación. La abundancia de fritos, proteínas y carbohidratos, bebidas carbónicas por litros, los conservantes e ingredientes alimentarios permitidos que, presididos con la inicial E seguida de un número, nos esconden las fórmulas de sabe Dios qué substancias. Las estadísticas y también nuestros ojos, nos muestran niños, adolescentes y jóvenes, tanto chicos como chicas, cada vez más "llenitos", lejanos, por otra parte, a los patrones , más bien esqueléticos, que las modelos de ropa lucen sobre las pasarelas. ¡Qué contrastes!¿No?

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