jueves, 6 de marzo de 2008

Ídolo caído, septiembre, 2006

Había iniciado la lectura, por cuarta vez, de la novela de Alejo Carpentier "El siglo de las luces", Biblioteca de Bolsillo, Editorial Seix Barral, jun.1987. Decidí no continuar. Llegué, aproximadamente, hasta la mitad del libro; cuando el coprotagonista de la historia, Esteban, va de escribano mayor del reino americano que el sátrapa Víctor Hugues planeaba montar en los territorios de la Corona de España.

Dice el dicho que "más vale tarde que nunca". Eso es lo que a mí me ha pasado con el escritor cubano. He leído y releído algunas de sus obras más conocidas como "El reino de este mundo", "El siglo de las luces" y también varias de sus narraciones breves. Su cultura, su inmejorable, creo, y bella manera de expresión escrita me fascinan. Es de suponer, sean las causas de mi embeleso ante su obra. Me resulta difícil entender cómo no vi desde el primer momento la idealización absurda de un personaje como Víctor Hugues. Un prototipo humano que se da mucho, en cualquier lugar y tiempo. Individuo hecho de la nada a base de ir por el mundo sin ningún tipo de freno o principio moral ni religioso. Atropella, roba, corta cabezas, etc., sólo para y en su propio y exclusivo provecho. Al mismo tiempo, he visto encarnado en el personaje de Esteban al intelectual endeble (acaso más propio decir "cobarde") y también oportunista, quien, renunciando a sus propias ideas y convicciones, escribe al tenor de los dictados y ordenamientos del poderoso de turno, subordinado al mismo con total sometimiento, a sabiendas de las mentiras tramposas de sus argumentaciones.